El beso arrasado

Prefiero detenerme antes de llegar a tu ciudad, para no volver a mirar tu rostro.
Tú y yo sabemos que nuestras manos que nos apretaban no son las mismas.
Sin embargo, las oblicuas regiones de los sueños, me dicen el lugar donde siempre estás detrás de las ausencias.
No conozco otra manera de anunciarte:
amor entre dientes. Hábitos de himnos. Breve ley del universo.
No cede mi insensata lucha de quererte.
Dejo palabras tiradas en la noche: espadas, tintas, reconciliaciones,
minuto a minuto, campo entrando en la música.
Dejo la única mutilación del amor.
Dejo sonrisas, amigos, envejecidas cartas.
El escarnio por haber amado.
Voy a una ciudad de páramos dentro de una nieve ciega y amarilla.
Me importa saber si más allá de tus brazos
crece un pájaro sin alas.
Si la niebla y tus besos fueron muestras de un mundo que se quema a mediodía.
Me importa saber si tus labios giran preguntas al silencio;
en ese caso, llámame;
yo responderé con un gran ofrecimiento para que el mar nos lleve
hacia un lugar donde los anhelos se rescatan.
Para dejar de amar me encerraré en un círculo violento,
en una mañana de olores pronunciados,
en una casa en la que cada siete días
alguien escriba tu nombre en la tormenta.
Necesito saber en qué lugar habita el beso arrasado de los inocentes de la tierra.
En una mañana veré el campo,
y sobre el campo tu estatua magnífica devorada por el alba.
Yo necesito una luz que me revierta,
que nazca frontalmente de la luna dibujada
en el libro azul que leímos en la infancia.

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