EL ASTRO


Vehemente astro, como por azar,
iluminó una secreta barriada
perdida entre mis campos,
vivificando las decrépitas casas
y los romos anhelos de convulsa ciudad.
Me encandiló con vibrantes fantasías;
alejando mi anemia del corazón de la cosas
vi, sobre el empedrado, yacer mis propias entrañas
y recordé secretas caricias hacía tiempo olvidadas.
E
nacido en paraísos ancestrales,
despertó en mí lujurias de miel,
olor a ardientes mieses,
logró quebrar las muletas
en que mi senectud se apoyaba
y saturó las ansias de un espíritu
que, escandalizado,
se apresuró a bajar las persianas.
Fue él quien derritió mi tristeza,
volviéndome festivo,
y adornando mi alma con la pompa de un rey.
A mis rimas las invitó a crecer,
a madurar y a que, viéndolos solitarios,
adornasen mis umbríos rincones.
Cuando, como un roja rosa,
aquella estrella incendió mis sembrados,
tomó forma un cortejo de apasionadas sílabas
que aromaron toda suerte de espacios,
tanto celestes,
como el prosaico aire que animaba
esas noches sin tiempo en que mis versos,
sin pulso, bostezaban.

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