Día 364

Día 364

Me encanta el olor a orégano…
¿Cuantas tazas de café tome este año, mientras miraba la lluvia?
hay quienes odian la lluvia, ¡yo la Amo!
¿Cuantas noches acurrucaron mis sueños los sagrados Vedas, abrigándome con la túnica de azafrán del prosélito?
¡Recuerdo la madrugada eternizada cuando prendimos la hoguera y sonaba “Le Vent Nous Portera”!
¡La libertad de un beso espontaneo y volátil!
y la manera en que mi pluma me desvelo a las 3 a.m.
para mirar como Venus rompía el cascaron de su antifaz vanidoso,

humillada por el silencio sagrado de los Poderos Dioses de Tebas.
Sacar la balanza, de eso se trata este día, Poner los contrapesos del Debe y el Haber,
poner las horas en el matadero y el Zigzag, relamiendo el edén artificial junto a Rimbaud, y la tormenta lirica e infinita de Anna Varney:
Ellos sembraron en mi inconsciente esa florida y desquiciada idea
de hurtar la luna y de entre deseo y deseo le fuimos jalando su cabellera hasta dejarle calva
y los secretos de Azhar-Maher y la sacerdotisa Ariadna…
No, no… (Esos secretos los amortizaremos en otra “paradoja” del “joker”)
Tuve la oportunidad de regresar a las tierras de la chamanica Sabina,
y volverme a desnudar en el desierto de Matehuala, haya donde el Peyote está sentado a la diestra del Padre.
Hay quienes odian el desierto ¡yo lo Amo!
Amo la gramática antigua, Prender una vela, ritualizarme,
colocarme en posición de loto, abrir mis palmas, meditar en las enseñanzas del príncipe de príncipes, El ascendido Sidharta.
Un deseo tengo para el tiempo venidero: ¡dadme redoblada la capacidad de asombro de cuando fui niño!
Conservo ese mechón enjoyado de mi Amada (regalo infinito de Sirio)

Hay que dejar que las ruinas y el viento hagan su silencio eterno.
Anhelo romper el sello del pájaro, beber de las cristalinas aguas de Nortumbria, mirar desde lo alto de aquella piedra mis cascaras desnudas, Soplar volando en un rayo de sol “mi diente de león” y dirigirme al resplandor del día 1.