Declamacion

Recuerdo tristemente las mañanas de mayo. El aire substancial que fluía desencantado por mis venas amarillas. El ágape y el oro de pigmeos. La chubascada alegría y su posterior muerte. Añoro esos días congratulados. El aire mohíno bajo el dosel blanco y sus insomnes fiestas burgueses. Ahora, el reloj con sus minuteros va tocando sus teclas vanguardistas, cada una tras otra como hace siglos no se presenciaba. Obsérvenme bañada con el aire campestre, recorriendo bosques y míticas selvas rebalsadas por endiopes y hombres supurados por banderas añiles. El pulsar leve de una huella dilatada por su bacteria más autómata. El agujero negro emulsionado y fracciones de segundo advenizado por una brecha minúscula adonde lleva otra dimensión alternativa. Estoy casi a gusto meciéndome en una silla vegetal, la cual bien podría recordarse manchada por los cerros y alverjas de mi habitación alfombrada por tiestos y rocas petrificadas frente al mar que ansiaba borrarse como un plancton donde la tierra fusionaba todos sus brebajes carcinomanos en un solo. La tronchada fiesta galante que fomentaba un canalillo detrás de mi ojo azul y pavimentado, moría solo ya sin que nadie lo recordara.