Bajo la higuera.


BAJO LA HIGUERA.
Bajo la vieja higuera -achicharrada
por el sol implacable del verano-,
el niño jugaba en las horas de la
siesta, haciendo montoncitos de tierra
y paja, que aventaba con sus manos
de serafín, sin alas blancas...
ni guirnaldas de laurel, ni clámide
de seda, ni fíbula de plata…
S
piel tersa y tostada, y sus ojos, dos
luceros que brillaban como llamas,
en un lugar de la campiña cordobesa,
golpeado por las duras escaseces
de los tiempos de posguerra, donde el
hambre era el pan de cada día y
el trabajo el holocausto de los
hombres que sembraban su esperanza
en los surcos de la tierra.
Bajo la higuera, construía castillos
en el aire con sus ensueños y su
fantasía desbordante, mientras
oía el clocar de las gallinas y
el zumbido de las mosca volando en
el estiércol... y el titar de los pavos
grises y el trisar de los vencejos
negros..., y volaba sin volar para
buscar besos de algodón en las nubes,
y mimos de pan con miel en las luces
deslumbrantes de los cielos.
A veces, se escapa para andar por los
campos preñados de margaritas y
de rojas amapolas, y se sentaba
al pie de los cañaverales para
escuchar el agua del río, y el canto
de la alondra y del jilguero, escondido
entre las pitas, o entre las flores de
los cardos borriqueros... o para echarse
bajo los trigales que se alzaban como
lanzas amarillas desde las raíces
soterradas de los suelos.
Las noches estrelladas, eran para
él, un campo surcado por senderos
repletos de jazmines y azucenas,
con un montón de velas encendidas,
de soles y luceros. Sus piernas eran
galgos que corrían sin descanso. Sus
brazos, alas que volaban por el aire,
como las de los aviones que lo hacían
por el cielo. Sus manos dos pistolas.
Su pecho un estandarte. Su cuerpo un
velero que bogaba sin descanso
por el campo y las calles de su pueblo.
Bajo la higuera soñaba, bajo la
higuera se pasaba el tiempo haciendo
montoncitos de tierra y paja...
Por el campo corría, por el aire volaba,
por las noches se encendía para arder
junto a las estrellas..., para sentirse
lucero y aurora blanca...
¡Y diluirse entre las
esferas de los páramos del cielo..!
Autor: Francisco López Delgado.
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