yo y Ludmila (Malik)

2025 Oct 03
Poema Escrito por
Coro de Ángeles

– Vamos amor, es un clásico, solo meté el mensaje en la botella y sueltala al mar.

Las arenas, bocas tragadoras de recuerdos, se llevaron lo último de nosotros incluso después de las discusiones.
– ¡No voy a ir si no querés!
– ¡Pero si te dije que sí, es que sí! Vamos, dale, tanto que rompiste las pelotas, vamos...

Hay algo que se alza entre las dunas —dudas de un zar, ramas y zarzas—, nunca estuvo tan lejos de la orilla como el edificio del centro de Quilmes.
El viento no soplaba, pero algo movía las cortinas de una carpa abandonada.

– Me gusta eso que escribiste, tiremos juntos la botella al mar, amor.

– ¿Te imaginás que, no sé, en Noruega alguien recoja la botella y vea esto?

La losa negra escucha entre la neblina y su lóbulo pulula nuestra paciencia. Nunca estuve tan lejos, nunca estuve tan cerca.
Una gaviota cruza el cielo gris, apenas un punto que desaparece detrás de las nubes bajas.

– ¿Este verano vamos a ir con mi vieja a Colón, amor?

Una mano joven... una caricia en ciernes.
El sentido de la desgracia también llora antes de atacar, porque no sabe su verdad, ni conoce nuestros nombres.
Las olas dejan un murmullo de cristal entre los dedos de mis pies.

– ¡Cerrá la puerta y dejame dormir tranquila!
– Me tenés podrido, Ludmila, ¡me voy a la mierda, y no me llames!

La botella de vidrio flota sin alejarse realmente de la orilla.
Pero te tomo la mano, y me tomás la mano.
La botella parece alejarse más ahora, como un símbolo de esperanza... o de algo.
No lo sé. Solo parece alejarse más.

– Hola, te veo en este bar casi siempre, me llamo Mauri, ¿y vos?

Me quedé de pie frente al paredón, completamente cubierto ahora por la enredadera.
Me pregunto si la dueña aún reniega con la humedad del apartamento.
Una farola titila, y la sombra de las hojas se agita sobre los ladrillos húmedos.

– Perdón amor, sabés que no quería ponerme así.
– ... Entrá y cerrá con llave, por favor. No quiero que nos molesten más.

Una nube. Literalmente una sola nube en el cielo, parece gris.
La veo doble hasta que finalmente la lágrima rueda por mi mejilla.
Ahora solo es una nube, literalmente solo una nube.
Por un instante parece flotar sobre la botella, como un espejo del océano suspendido.

– Para mí es chamuyo eso, mi vida, no creo que una botella pueda atravesar todo el océano.
– Y qué sé yo... capaz que sí, pero probemos.

Ella se ríe y se presenta, se acomoda el pelo, tiene rulos y el rímel algo corrido.
– Yo soy Ludmi... y sí, ya sé que sos Mauri, te conocía.

Hay una luz de neón a lo lejos. Me molesta.
No solo porque soy un adulto asqueado de la tecnología —en este caso es meramente práctico—, me molesta porque irrita mis ojos.
He manejado más de siete horas, casi sin parar.
La noche es oscura y la única luz es esa maldita luz de neón que parpadea en la distancia.

– ¿Creés que va a llegar lejos, mi vida?
– ¿Nosotros, o la botella?

Puedo ver cómo la luna se refleja cuando alguna ola golpea e inclina la botella.
El destello es hermoso, como la arena entre los dedos de mis pies, como sus dedos en mi muslo.
El viento arrastra hojas secas sobre la arena, suenan como un pequeño tambor.

– ¡Sé! Yo creo que a Noruega al menos llega!

Se cae como un castillo.
Un tilo, un té.
El telón baja y nos quedamos tiesos con sesenta años.
El trigo pasao', la baraja del león ganó fijo.
Vaya tela...

– ¡Solo quiero irme a la mierda de la casa, Ludmila, de verdad, estoy cansado!
– ¡Vos sos un hijo de puta! ¿Querés irte? ¡Andate!

Andate...
“Andante después de quedarte”, dice el neón del hotel al costado de la ruta.
Ingenioso, pienso.
Desacelero y entro por el camino de grava.
Esta noche me quedo acá.
Una ducha, al menos.

Mañana será otro día.

2025 Oct 03

Coro de Ángeles
Desde 2024 Jul 24

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