Tierra Plana

El de la Cobra Real, era de todos ellos el más letal, y siempre gustaba llevar un poco de este brebaje, por si era menester usarlo en algún momento.
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Bernabé solía juguetear con la sortija a la que daba vueltas constantemente sobre su dedo corazón. Se especulaba que de esta forma mantenía el veneno diluido para poder verterlo en cualquier momento sobre una copa de vino.
Por ello los adversarios de los juegos de cartas le temían.
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Sobre el chatón del anillo, una cápsula de plata vieja en forma de ataúd, ornamentaba la alianza y a la vez albergaba la ponzoña.
Se contaba que una sola dosis arrojada en una barrica de agua podía acabar con 50 infantes y sobre un abrevadero podría dejar secas a otras tantas bestias de carga.
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Sea como fuere, parece que nuestro camarada, antes de expirar con su último aliento, ingirió el veneno oculto, y acto seguido escupió sobre el rostro descubierto de su verdugo.
Fue tan poderoso el tóxico del ofidio que acabó con la vida de los dos en pocos minutos.

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Es ahora, cuando por otros avatares del destino, que Juanelo había caído al cuidado de nuestro desenfadado hermano Federico, quien además, para hacer las delicias de Melchor, le había fabricado al pequeño dragón, un pequeño morrión hecho con un trocito de metal de coraza, que le daba un aspecto hercúleo.
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Juan Manuel Samaniego OcaÑa
(fragmento de la novela Homo Tierra Plana)
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