Sentado en la colina.


Sentado en la colina.
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En el laberinto inescrutable de
mi alma, donde yacen mis dudas y
todos mis dilemas, la luz, ha puesto
su rayo blanco para despejar
mis sombras y ofrecerme una respuesta…
Ahora, lo veo todo más claro,
más limpio y transparente… ahora,
pestillo de mis miedos, despejar
mis brumas, abrir mis ventanas y
mis puertas…
Ahora que mi cutis se marchita,
y mis canas son de seda, y mis ojos
dos candiles que no alumbran, y mis
sueños mariposas que no vuelan… que
mis ilusiones se perdieron con el
tiempo, y mis bríos se secaron como
las hojas de la madreselva…
la luz, ha puesto su rayo blanco en
el laberinto de mi alma, abriendo
una puerta a la esperanza, ofreciendo
una respuesta…
Sentado en la colina, mirando el
horizonte, todo lo veo más claro,
todo me parece diferente:
hasta el agua del arroyo y las
flores del almendro y las amapolas
rojas y el susurro de la fuente…
Todo tiene otro color, todo vibra,
todo late en mi interior: el tiempo
que se fue, mis anhelos, mis sueños, los
besos de mis hijos, el amor de mi
mujer, la tarde incandescente…
Y sin embargo, tan sólo miro, tan
sólo pienso, tan sólo siento... asido
a la losa de los años, sin tener
valor para emprender otro camino,
sumido en el pozo irrefrenable
de los miedos de mi mente…
¡Hay que ver lo cruel que es la vida, que
nos hace ver las cosas de forma muy
distinta -y el valor que tienen-, cuando
nuestro cuerpo es un cayado viejo y
nuestra alma una hoguera que se apaga,
esperando la herida silenciosa,
de la falce de la muerte!
Autor: Francisco López Delgado.
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