POEMA PARA LA MUERTA
La muerta es (o era o fue o será o una mañana leyendo juntos la historia del ojo de George Bataille) pelirroja natural sin tinte: arriba largo en bucles abajo militar a cepillo
La muerta jugaba al ajedrez: diablo de hembra moviendo los caballos (imposible no pensar en Freud al verla sujetarlos)
La muerta
(o también la roja o rojita) le daba duro al tequila (maricón -me dijo un día- ¿para qué la puta sal y el limoncito?)
La muerta era sensible a todo lo que corta
(alguna vez tuve la suerte (flor inmensa) de afilar su bisturí de los tatuajes)
le decías dos más dos y se venía en meos)
La muerta y su rostro viraban de santa a loca sin stop ni desvío
(virgen purísima intocable o yo quiero la cabeza de San Juan Bautista)
La muerta leía a Burroughs y era yonqui (sudaba su almuerzo desnuda
en cuatro patas (el hábito del pinche le adormecía la boca) musitando
sobre polillas, máquinas de escribir y coito anal)
La muerta se movía en clave de rock country citadino (el clímax la volvía heavy metal o ácido o a veces imagine de Lennon)
La muerta tenía un bolso de dimensiones épicas (guardaba espejos a su antojo: desde una navaja doble filo hasta una rosa, desde luciérnagas y ovarios hasta cementerios y olvidos)
La muerta enrollaba un billete para darle nariz a la coca y dilatar el culo
(Si se inyectaba se le volaban los ojos y hasta mañana ni te veo)
La muerta era demasiado hermosa para amarla o para no (nunca supo que regalar ni entendió que no hacía falta, que solo verla era suficiente)
La muerta (o la ignota o la centrífuga) descartó sus naipes sin ruido (pataleó un poquito y se quedó colgando)
La muerta (que era barco y era puerto) se convirtió en arena y raíz de margaritas
La muerta subyace en la extraña vigilia que el opio distorsiona (su ingenua palidez habla de hormigas)
La muerta (u Otra) es piel que no precisa nombre: no en mi boca
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