Noche de caza en casa.

La noche que salí de caza, me encontraba con los amistosos fenómenos místicos que no han acariciado las retinas humanas, después de poner bombones en la fogata y cantar un poco, nos dedicamos a observar las estrellas, como si fuera una profesión; cada quién adoptó una y se la tatuó en el corazón.
¿Qué cuál elegí yo? Yo tomé a esa estrella de cabello corto, ojos profundos y piernas delgadas, mientras que aunque lo intenté, no pude descifrar las preferencias de Sean, mi mejor amigo.
Nos dedicamos a besarlas por el resto de la noche y bailar unas cuántas piezas de chachachá, preferíamos quedarnos ciegos a cuestionar su brillo, preferíamos temblar con ellas a preguntarles porqué temblaban.
Los cazadores y depredadores sólo consiguieron pareja y se nos unieron alrededor de la fogata, sin estereotipos violentos creados por una sociedad cerrada.
Los árboles nos daban el oxígeno mientras bailaban con los efímeros tiempos del viento; se movían de un lado a otro, huían y regresaban.
¿Pero dónde estabas tú? Es cierto, tú estás tatuada en mi mente.