Morí.
A ti,
a quien alguna vez sentí como el amor más profundo y espiritual que había conocido,
a ti, que fuiste padre de mi hija,
a ti, que fuiste hogar, fuego, cuerpo, alma,
a ti, que también te convertiste en sombra, herida y tormenta.
Hoy vengo a despedirme de ti.
No desde la rabia —aunque arda en mi pecho—
no desde el dolor —aunque me desgarre por dentro—
sino desde el borde de una mujer que ha tocado fondo y quiere salir a la luz.
Te amé con cada célula de mi ser,
te amé cuando estabas presente y cuando te ibas,
te amé incluso cuando ya no me amabas,
y aún así, hoy te dejo ir.
Vivimos un amor que parecía de otras vidas,
que me hizo creer que éramos uno solo,
que en mi vientre se volvió carne en nuestra hija,
y que me hizo sentir que por fin tenía una familia.
Por eso duele tanto.
Porque todo lo que fue sagrado terminó en ruinas.
Tu abandono me rompió.
Tus palabras me lastimaron como cuchillos.
Tu ausencia en el momento más vulnerable de mi vida me destruyó.
Y cuando más te necesitaba, fuiste puñal.
La vida que llevaba dentro de mí —nuestra hija—
murió conmigo el día en que decidí soltarla.
No fue por asco, como tú dijiste.
Fue por sobrevivir.
Y el precio fue inmenso.
No merezco tu odio, ni tus golpes, ni tus insultos.
No merezco cargar con tu oscuridad.
Hoy lo dejo todo aquí.
Ya no quiero que habites mi cuerpo, mi casa, mi cama, mi mente.
No eres Krishna, ni Ganesha, ni Buda.
No eres sagrado.
Eres humano.
Y me hiciste daño.
Y te dejo ir.
Te entierro hoy en esta carta.
Te entierro en las calles donde caminamos, en los gatos que dormían a nuestro lado, en cada canción que bailamos, en cada rincón donde tu rastro aún me acecha.
Te entierro, no por odio, sino por dignidad.
Me doy permiso de vivir sin ti.
De reconstruirme.
De amar mi cuerpo roto.
De perdonar mi decisión.
De pararme de nuevo, aunque tiemble.
Y si un día la vida me da otra oportunidad de amar,
lo haré desde mi verdad, no desde la herida.
Hoy mueres en mí.
Y con tu muerte, nace mi libertad.
Adiós.
Conoce más del autor de "Morí."