MI SOMBRA

2020 Oct 04
Poema Escrito por
Jorge Loyola

No era la sombra de un animal o de un ave, tampoco la sombra de una persona; era solo eso; simplemente, una sombra.
A veces se movía con rapidez; pero no para escaparse; solo se dejaba ver un instante con el rabillo de un ojo y desaparecía; pero no huía del lugar; siempre estaba cerca; otras veces, se movía lento entre los muebles o entre las plantas del jardín, como acechando; desde atrás de un árbol, o desde abajo de mi cama, o del modular del comedor.
Como es de esperarse de cualquier sombra; la sombra de la que hablo, tampoco emitía sonido alguno; pero siempre se las arreglaba para hacer notar su presencia; alguna cortina que se movía sin que hubiese una ventana abierta, algún adorno que se tambaleaba, un perro que sorpresivamente ladraba o gemía como asustado o Felipe el gran gato negro que vivió muchos años en la casa; que al pasar cerca de algún mueble o rincón oscuro, se le erizaban los pelos y se alejaba rápidamente lanzando un maullido.
La primera vez que la vi; yo tenía unos nueve o diez años; entré en la cocina que estaba oscura, y encendí la luz; el interruptor estaba un poco alto, solo lo alcanzaba dando un pequeño salto, así lo hice y cuando estaba girando vi como algo se deslizaba desde arriba de una silla que estaba al lado de la heladera; no me asusté porque pensé que era al gato que se había bajado; pero casi al mismo tiempo entró mi hermana; traía a Felipe en sus brazos; el animalito al entrar en la cocina maulló como asustado y pasó por sobre el hombro de mi hermana arañándole la espalda en la huida.
Nos quedamos mirándonos en silencio sin entender lo que había sucedido, mi hermana solo por el extraño comportamiento del gato y yo además me preguntaba ¿qué era lo que había bajado de la silla al encender la luz?
Nunca hablé con nadie de “mi sombra” no la llamo así porque sea la sombra de mi cuerpo, sino con un sentido de pertenencia; solo yo la había visto y yo era el único que podía advertir su presencia en la casa. Si bien nunca me acostumbré del todo a su presencia; lo tomaba como algo natural, aunque siempre me inquietaba el hecho de que algo estuviese viéndome donde fuera que yo estaba; porque así lo sentía; desde aquel extraño acontecimiento en la cocina; todos los días de mi vida, durante muchos años compartí mi espacio con algo; que, aunque no pudiese verlo; siempre supe que estaba allí.
Muchas veces traté de sorprenderla, saliendo de una habitación y volviendo rápidamente para encender la luz; pero jamás logré atraparla; intenté comunicarme con ella, diciéndole cosas como “si estás aquí, haz que se mueva la cortina” o “si estuvieses aquí, se apagaría la luz” nunca obtuve una respuesta.
Había una cosa más que delataba su acecho y además (así lo deduje con el tiempo) su cercanía; un perfume; como a fresas y rosas, solo lo sentía en ciertas ocasiones, pero cuando buscaba el origen, se diluía, como si aquello que lo emitía se hubiese alejado con rapidez.
Pasaron los años; mis padres ya no están y mi hermana quiso vender la casa, pero yo le pedí que me dejara quedarme con ella, no podía irme a otra casa, en esta estaba mi sombra, si me mudaba tal vez ella no me seguiría, ella también había estado en esta casa durante muchos años y no creí que quisiera irse.
Al final mi sombra y yo nos quedamos con la casa. Libres al fin; podíamos continuar nuestra relación de una manera más abierta, más fluida, yo ya le hablaba en voz alta, le contaba las cosas que me pasaban afuera, en la calle, en el trabajo, ella seguía siendo sutil, pero las cortinas y los adornos se movían con más fluidez; ya no me sentía asechado, ahora estaba acompañado; nunca logré que encendiera o pagara luces o moviera cortinas u objetos cuando se lo sugería; pero estoy seguro que su perfume estaba más presente; fresas y rosas; todas las habitaciones olían a fresas y rosas.

Todo estuvo más que bien durante un largo tiempo; creo que hasta el día en que Carla, una compañera de trabajo con la que había entablado una relación de amistad, decidió pasar a visitarme; nunca me visita nadie, yo no invito a nadie a mi casa; por eso mi amiga llegó sin invitación y sin aviso. Traía vino y comida, me pareció muy descortés no invitarla a quedarse; hablamos de muchas cosas mientras comíamos y nos tomamos el vino; creo que el vino fue el culpable de que esa noche me olvidara de mi sombra y durmiera con Carla.
Los días que siguieron a aquella noche fueron algo extraños; no había perfume, ni objetos moviéndose, ni cortinas que flotaran sin motivo. Por unos días no vi a mi sombra merodear furtivamente las habitaciones; me sentía un poco culpable; pero a la vez; quería volver a ver a Carla, así que esta vez la invité yo.
Carla llegó distinta, más silenciosa, más sutil en sus movimientos; estaba raramente bella; su vestido era de una tela liviana y esto hacía que al moverse ella, el vestido volara con suavidad, como si completara los movimientos, como si danzara; pero lo que más me impactó, fue su perfume; fresas y rosas. Aquella noche y otras muchas noches que pasamos juntos; Carla me amó en la más absoluta oscuridad y en el más profundo silencio.
Se podría decir que éramos, felices pero no; Carla se iba cada mañana y yo sabía bien; que se llevaba mi sombra; ella, estaba robándome mi compañera de toda la vida; así que la última vez que Carla vino le pedí que me la devolviera; ella me miró y se burló; entonces tuve que atarla y encerrarla hasta que la dejara salir.
Ahora estamos bien, afuera nadie sabe qué pasó con Carla, no pude dejarla ir y arriesgarme a que vuelva a robarse mí sombra.
Sí, todo está muy bien.
Golpean la puerta; invité a cenar a una amiga.
Si estuvieras ahí, encenderías la luz de la sala, por favor.
GRACIAS…

2020 Oct 04

Jorge Loyola
Desde 2016 Oct 16

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