Me voy a caminar.
“¡Pobre el discípulo el que no deja
Atrás a su maestro!” (Leonardo da Vinci)
Él llora, junto a su maestro se abrazan,
Y como si fueran uno en el universo
Los sentimientos se alzan.
Es un dispensador de hielo,
Él sabe que solo es miedo.
A
Él le demuestra que puede ser importante,
Bastante.
A menudo se llena de melancolía,
Él la expulsa, atento con vigilia,
Con prudencia.
Hasta sufre en su ausencia,
Con los recuerdos estupendos
Anhela su presencia.
Lo que hace no tiene comparación
Pues es su mentor…
Le tiende ese cálido cariño sincero
Él no lo muestra, tiene uno que es duradero.
Formatea esos bits de amenaza,
Con su forma de hablar los despedaza.
Es la board de esa joven e impericia vida,
Que sin su ayuda, estuviera muy perdida.
Con su modosa sonrisa, inseguridad desaparece,
Donde confianza y convicción por montón florece.
Algo más que material le ha dado,
Sabiduría y conocimiento,
Para que con Dios esté conectado.
En tercera persona escribí este reducido poema,
Porque lo aprecio, lo respeto, aunque parezca un dilema.
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