Lo guardo

Tengo el certificado de defunción.
Lo guardo.
No quiero que me digas un día
que no existió,
que no tuve un hijo
que se llamaba Mohamed,
que me lo inventé entre misil y misil,
entre sangre y carne.
Lo guardo.
Tengo los sellos, el día
en que un dron israelí
lo convirtió en un papel firmado,
en una tumba sin apenas cuerpo.
Guardo el papel bien doblado.
Es tiernura y furia,
como su mirada,
la mirada niña de niño.
No podréis decirme
que fue una pesadilla,
un dilema, un trauma infantil,
o cosas de guerra ,
de genocidio.
Mi hijo era nube y tierra,
promesa y guardián.
Venía de la risa
y bebía del llanto.
Mi pecho y el de su padre
eran colinas y arena
que le arrobaban
como una nana,
como el mecer al
recien nacido.
Lo tenía tan cerca que mis manos
se habían unido a su vientre
y a su costado.
Guardo el certificado de defunción
para que sepas que mi hijo
vivió ocho meses,
que jugó con sus hermanos
y que lo tuve en mis brazos.
Este papel es dolor y recuerdo,
pero, ante todo, es testimonio:
mi hijo está
aguardando el día del juicio,
cuando su nombre será pronunciado:
Mohamed Amaar Al-Masri.

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