La Otra Especie

2019 Mar 01
Poema Escrito por
Luli

La Otra Especie
Paniccia Leonardo David

Toda leyenda posee algo de verdad, Porque si está en la mente, Así sea en lo más oculto, Ya deja de ser fantasía, Tarde o temprano, Vendrá…

Arnold Strokfield es mi nombre, el límite de mi desesperación fue aquella noche y a medida que vaya plasmando mis palabras en este papel, algunos me juzgarán, mientras que otros me comprenderán. Ya no importa contarles la verdad, mientras el pulso de mi mano cada vez tiembla más y más. Ya no interesa lo que merezco. Ya no me incumbe lo que caiga sobre mí. Si existe un Dios, quizás lo entenderá.

He trabajado durante treinta y dos años como supervisor psiquiatra en el hospital neuropsiquiátrico ¨The Priory Hospital Bristol¨, en la ciudad de Bristol, Inglaterra. Esta de mas decir que he visto y escuchado todo tipo de comportamientos e historias, esta de mas contarles que en estos lugares lo irreal parece mezclarse muchas veces con lo real.

Ahí me encontraba una mañana soleada del mes de junio, haciendo mi ronda diaria, visitando a cada uno de los internados. De repente los doctores entraron en caos, algunos corrían, otros reían, trataban de ordenar las sillas, las camas, había fotógrafos, incluso se hacía presente la prensa. El revuelo se debía a que en ese mismo instante estaban trasladando al hospital al reconocido antropólogo físico forense James Kidman. J.K había nacido en esta ciudad y era distinguido mundialmente por su gran inteligencia e intelecto, por sus descubrimientos y por su colaboración en grandes hallazgos en el campo de la antropología, la ciencia y la biología.

L

o bajaron de una ambulancia, él, en sillas de ruedas, su rostro mirando el horizonte, su cabello blanco moviéndose al compás de una leve brisa, su piel aún más pálida y sus brazos colgando a los lados. Estaba escoltado por un doctor y dos enfermeras quienes lo acompañaron y acomodaron en una de las salas iluminadas de tanto en tanto por uno, dos, cien flashes de la prensa. A los pocos minutos la habitación estaba deshabitada, excepto por él, aún mirando la nada.

Los informes e historia clínica arrojaban un grave desorden mental, alucinaciones, trastornos, percepciones falsas, esquizofrenia. Un desalentador panorama para su estadía en el hospital. Un deprimente espectáculo para mí. Me esperaban años de decepciones, seguramente, años volcando lo que este en mis manos, para luego quizás no obtener la mínima de las recompensas.

Y así pasaron los meses, sin escuchar una palabra de J.K, sin conocer su voz, ni queja alguna. Se había visto en algunas ocasiones caminar de noche por los pasillos, o al menos algunos residentes eso contaban, a veces juraban haberlo visto correr. Los más lúcidos parloteaban acerca de sus gritos nocturnos, pero para nosotros era todo un misterio.

Un día, en mi ronda antes de que caiga el sol, entro a su sala, él, como siempre mirando fijo quién sabe qué, tómo su pulso, trato de hablar, y nada, sin respuesta. Tóco su frente y estaba hirviendo, trato de marcharme para llamar a una enfermera cuando de repente y casi sin darme cuenta, como por instinto, me toma del brazo, me mira fijo a los ojos y sus labios temblando tratan de decirme algo. Con un poco de temor me inclino hacia él, y acercando mi oído puedo escuchar levemente sus primeras palabras. Con el miedo corriendo por las venas J.K dejó caer su primera frase: ¨Te lo contaré todo¨.

Me marché inmediatamente, aturdido, confundido, era la primera vez que me sucedía. Mis pasos se aceleraban mientras escapaba de esas paredes, mis latidos aún más. Manejo mi coche hasta casa y me acuesto.

Al día siguiente y después de recapacitar toda una noche entera, sabía que debía ayudarlo, no solo era mi trabajo, sino que también era necesidad, al ver sus condiciones, lo mínimo que podía hacer, por ética profesional, y por bondad, era escucharlo, por supuesto.

Después de ese encuentro solo me miraba, tratando quizás de averiguar si yo era capaz realmente de ser un verdadero oyente, tal vez me estudiaba y se convencía que debía hablar, posiblemente conservaba toda esa inteligencia intelectual que lo convirtió unos años atrás en una eminencia y estaba experimentando con mi mente. No sabía si estaba jugando o efectivamente necesitaba ayuda.

Pasaron varios días, y supe gracias a las miradas cómplices, que él estaba dispuesto a hablar, y yo a escucharlo.

Y estábamos cara a cara, era nuestra intensidad, su esencia, y la mía, éramos dos personas despojadas de todos los conceptos de la ciencia y la psiquiatría, era solo su historia, contada detalladamente, segundo a segundo, como lo hago yo, en este simple trozo de papel.

James Kidman, el caza leyendas, así lo apodaban, me conto sobre sus viajes a los lugares más inhóspitos de la tierra, sobre sus anécdotas en todo tipo de suelos, las adversidades a las que tuvo que enfrentar, los distintos climas, distintas culturas, creencias y personas.

Y comenzó a contarme la experiencia más transcendental y terrorífica de su vida, la que lo deposito en este hospital, dentro de estas cuatro malditas paredes.

Existe una leyenda que data de los primeros años en que el hombre habitó estas tierras, una historia escalofriante que fue pasando de boca en boca hasta, hoy en día, casi extinguirse. Algunas personas mayores aun narran en voz baja una serie de hechos que implican a demonios, pueblos antiguos y cementerios. Se comenta que desde siempre habían vivido entre nosotros, que muy pocos se han visto, y muchas vidas humanas han tomado.

James Kidman reclutaría un grupo de profesionales quienes comenzarían la aventura. Se encontrarían en la ciudad de Krakow, Polonia, para aventurarse a los descampados, atravesar los campos de concentración de Auschwitz y Birkenau para luego buscar un pueblito llamado Zator de unos tres mil quinientos habitantes donde se sabía que aún se narraba con frecuencia esta leyenda.

Ahí estaba un domingo a la tardecita, J.k con un grupo de colaboradores en un modesto hotel de Krakow. Mary Stim, una documentalista de renombre que trabajaba para la BBC, una joven de unos treinta y siete años que había pasado su vida esforzándose en mostrar al mundo lo que nuestros ojos no suelen ver, una mujer que trataba de documentar todo lo que nuestra sensibilidad no llega a captar; Bill Anderson, un antropólogo prestigioso de la ciudad de Manchester y gran amigo de J.K, quien había trabajado y ayudado en varios hallazgos significativos, y Tomisław Gutka un rústico aldeano polaco quien les ayudaría con el terreno, las coordenadas, el idioma y el diálogo con la gente local.

Era de noche aún ese lunes cuando partieron en una camioneta oxidada, al volante Tomislaw, a su izquierda Mary, y atrás J.K y Bill. No mucho era el diálogo, esas grandes personas de intelecto preferían guardar la calma, ocultar todo tipo de emociones y mezclar la intriga con la concentración que tenían para llevar a cabo el plan al pié y a la letra.

Cruzaron primero el imponente campo de concentración de Auschwitz, las emociones se hicieron fuertes y se cruzaron, se dirigían directo al estomago y al corazón, y se retorcían al sentir la historia frente a ellos. Mas tarde pasaron por Birkenau, aun parecían oir el llanto y el grito, la tortura, el engaño, y la muerte. Antes de llegar al pueblo pudieron notar los hermosos campos de centeno que daban al paisaje una fresca paz natural.

Llegaron antes de que se apague el ultimo rayo de sol al pueblo fantasma de Zator, mucha madera, poca gente en la calle, muchísimo frío y viento. Tomislaw frenó delante de una especie de despensa, se bajó, realizó unas cuantas compras y conversó unos minutos con un hombre que suponían era el dueño, finalmente volvió, , arrancó el motor y cruzaron las siete cuadras que tenía ese pueblo, estaban del otro lado y con el motor apagado frente a una casona antigua y descuidada.

El primero en bajarse fue J.K y luego lo siguieron los demás, detrás de una ventana esperaba una anciana viejísima, de unos noventa años de edad, quien con calma se levantó para abrirles la puerta. Al entrar sintieron olor a humo, su hogar ardía hermosamente, y el ambiente era cálido. La mujer los esperaba con una especie de sopa aguada, la cual compartieron los cinco mientras platicaban sobre la muerte de uno de sus hijos en uno de los campos de concentración, y más tarde hablaron tendido sobre la famosa leyenda. La señora les insistía y trataba de hacerlos entrar en razón, los quería persuadir, evitar a toda costa que vayan en busca de lo que no querían encontrar. Decía que se escuchaban en el pasado y aun se podían escuchar, que solo algunas personas pueden percibir su esencia, que solo algunos eran capaces de sentir sus gritos. Que la mayoría proviene del cementerio local, pero se suponía que habitan en todos los rincones del planeta. Los pueblerinos la habían tomado por loca, la ignoraban, la detestaban, pero aun así, ella trató de advertirles al grupo, y durante toda su vida, a los aldeanos de su pueblo.

A la mañana siguiente dejaron la camioneta en esa casona, se equiparon cada uno con sus mochilas y herramientas y caminaron cruzando nuevamente el pueblo para llegar a un camino de tierra abandonado que los conduciría hasta el cementerio. Hacia frio, pero ellos vestían ropa adecuada, pañuelos y sombreros.

Al llegar al cementerio, después de una hora y media de caminata, pudieron notar que todas las cruces estaban en el suelo, no existían panteones, ni nichos. Una tras otra, hilera tras hilera las cruces fueron colocadas desde hace añares. Oxidadas ya, desprolijas, torcidas una a una iban quedando. Parecía que nadie había cortado los pastos hacía ya mucho tiempo, y los árboles que adornaban ese paisaje eran un centenar de Paulonias Imperiales y Robles Polacos, la mitad secos, y unos cuantos caídos y descansando sobre las cruces.

Mary había colocado cuatro trípodes con pequeñas cámaras en cada una de las esquinas del cementerio, la idea era filmar cualquier movimiento, cualquier ser extraño mientras investigaban íntegramente el lugar.
El grupo comenzó a caminar juntos, no sabían a lo que se enfrentarían, si es que lo harían, no sabían que podían llegar a oír, o ver. Pero estaban concentrados y animados por la idea de poder llevarse algo en claro a casa.

Después de varias horas de una búsqueda en vano, decidieron parar para comer e hidratarse. Mary revisó sus cámaras, y fue una frustración, nada de nada. Volvieron a la exploración, y las cámaras se prendieron nuevamente.

Caída la noche se reunieron detrás de un árbol seco alrededor de una pequeña fogata. Comieron lo que Tomislaw había comprado y llevado y Mary volvió a examinar sus trampas. Esta vez pudo divisar un movimiento poco habitual sobre una tumba en una esquina del cementerio. Fueron inmediatamente hacia allá y para sorpresa de los cuatro encontraron una pequeña cueva. Debatieron sobre su origen, Tomislaw sostenía que podía ser un Lince, pues él era quien conocía la zona y su fauna, Bill no estaba seguro, siempre escuchaba con atención a los demás antes de sacar sus conclusiones y dar su veredicto, Mary estaba un poco confundida, quizás ni siquiera sabía exactamente qué clase de animal era un Lince, y J.K dudaba hasta de lo que veía.

Decidieron revolver con una pequeña pala que Tomislaw traía en su mochila, y pudieron notar que ese pequeño orificio se hacía más grande cada vez que perforaban más y más.

Habían llegado hasta la madera podrida de un cajón, unos dos metros bajo tierra. Y la tapa de ese cajón también tenía una perforación. Ya confundidos sintieron que estaban caminando sobre el limite de lo ético, sobre el limite del respeto, aun así, su naturaleza los obligaba a ir por más. Lo abrieron, y para sorpresa de ellos, estaba vacío. Ni ropas, ni huesos, solo otro orificio en la parte inferior que llevaba a lo desconocido.

La euforia y la adrenalina hizo que los cuatro entraran por esa especie de cueva, y ahí se encontraban, uno detrás del otro, un túnel pequeño, pero, aun así, podían caber de parados, un túnel de dos metros de altura y uno de ancho, la luz de aquella luna testigo aun los acompañaba unos cuantos metros en ese pasillo.

Y caminaron, y se adentraron a la aventura que seria la noche mas obscura de sus vidas.

Por delante caminaba J.K, con una linterna que llevaba en su mano derecha. Detrás de él, Bill, también con una linterna, y en su mano izquierda una pistola nueve milímetros, luego los seguía Tomislaw, y finalmente Mary, con su cámara siempre encendida, y su flash que alumbraba el túnel completamente.

El olor por momentos parecía de algún animal muerto en estado de descomposición, el ambiente era sumamente húmedo, el piso una especie de barro podrido, el techo también húmedo, y algunas gotas de humedad caían sobre sus cuerpos a medida que caminaban lenta, muy lentamente.

Habrán hecho unos treinta metros debajo de las tumbas cuando pudieron apreciar por primera vez que ese túnel tenía diferentes bifurcaciones, que era una especie de laberinto, que eran infinitos túneles que se conectaban entre sí, del mismo tamaño, de las mismas dimensiones, la misma humedad y olor.

Habían pasado unas dos horas caminando hacia la izquierda y derecha, derecha e izquierda, escogiendo al azar alguna dirección cuando por primera vez escucharon algo en aquel silencio espantoso y ensordecedor.

Los cuatro oyeron una especie de respiración, algo agitada, que provenía de lejos. La luna ya no brindaba la más mínima de su compañía, y ahora veían a través del flash de la cámara de Mary, esa luz que bailaba de pared en pared en todas las dimensiones a medida que el pulso de aquella documentalista se iba deteriorando a causa del temor.

Esa inhalación parecía provenir de todas las direcciones y más fuerte era aun cuando se sentía acercarse por detrás. Sin hablar optaron por detenerse, solo con señas se entendieron.

Esta vez estaban los cuatro apoyando sus espadas contra una pared, como en aquellos paredones de Birkenau años atrás. Detrás de ellos había una mojada pared de lodo y por encima un pequeño hoyo que dejaba pasar los últimos destellos de esa luna. Como si fuera la letra ¨T¨, ellos en la parte inferior, y el túnel que crecía hacia la derecha y la izquierda, en frente una pared que escasamente se veía.

La agitación se acercaba y era inminente su llegada, de un lado o del otro, no se percibía, y otra respiración, y una más, y en un segundo eran decenas. Los cuatro inmóviles, aterrados, vencidos. Sentían el olor a destino y su futuro incierto. Y ahora pasos, chasquidos, el sonido del lodo aplastado.

Alcanzaron a ver la primera de las bestias. Apenas pudieron observar el contorno de uno de esos demonios. Como una sombra hambrienta apareció enfrente de ellos. El ruido de la respiración ahora era inaguantable. Esa bestia feroz no era de este mundo.

El flash de la cámara de Mary les regalo la más horrífica imagen. Parado en dos patas acechaba, el cuerpo similar al de un ser humano, pero sus movimientos eran animal. Sus ojos totalmente negros, sin orejas. La palidez de su piel íntegramente pelada. Manos enormes y garras de unos siete u ocho centímetros, negras también. Colmillos de unos cinco centímetros y el sonido de su estomago o garganta era aterrador.

Mary enfoco por instinto a ese demonio, que con un salto fugaz desapareció y pudieron deducir que eran vulnerables a la luz. Ese movimiento sobrenatural hizo estremecer a la documentalista quien, sin querer, y gracias a su mano temblorosa, dejo caer su cámara aun con el flash encendido. Las sombras les contaban que ya eran más de diez las criaturas. Los tenían acorralados, pero no podían acercarse debido a ese brillo incandescente. La cámara enfocaba paralelo a una de las paredes laterales, por lo cual los que venían de la izquierda no podían aproximarse. Los de la derecha dejaban verse, y rápidamente se detenían al contacto del primer rayito de ese flash liberador. Se amontonaban y chocaban entre sí, se adelantaban, se volvían a chocar. Sus músculos marcaban las ganas y el hambre. Algunos caminaban en cuatro patas por las paredes, otros corrían por el techo. El olor a esas criaturas era nauseabundo y el horror entre ellos insostenible. Sus gritos, llantos, o gemidos eran atronadores. Los cuatro paralizados, no sabían que hacer, no comprendían esa realidad.

Mary entro en shock, pegó un grito incontrolable que parecía no ser de ella, y se agachó para poder agarrar su cámara. Ni bien estiró su brazo izquierdo las garras de una de esas criaturas fueron filo de sable en sus huesos. Otro corrió su cuerpo hacia el lado derecho donde la luz contínua no los alcanzaba, y procedieron a dar el espectáculo mas apocalíptico y desagradable de sus vidas.

Mary gritando y llorando en el suelo, sin uno de sus miembros que desprendía sangre a chorros, los colmillos de uno de esos animales se escondieron en su abdomen, y tirando hacia arriba y hacia los costados se llevo parte de sus órganos con él. Atragantándose tragaba sin masticar, su cuerpo bañado en rojo, sus ojos clavados en las tripas, y otro detrás, y otro y otro, fueron despedazando a la documentalista. Cayó uno de los que estaba en el techo, y con sus mandíbulas cortó en dos el fémur de la mujer, de un solo saque. Su cuerpo fue alejándose cada más y más, y así acabaron con ella, ferozmente, rápidamente, como ningún otro animal en esta tierra lo haría.

J.K, Bill y Tomislaw no pudieron hacer nada, aun si hubiesen querido, estaban helados, espantados, aterrados. El miedo los paralizó. Bill se había agitado y no paraba de jadear mientras que Tomislaw vomitaba sin parar. Sus rostros salpicados por la sangre de Mary.

Por instinto Tomislaw agarró su pala de la mochila, quería defenderse e hizo unos movimientos para tratar de ahuyentar esas fieras. Todo lo contrario, parecían enfurecerse aún más. el barro en sus pies era cada vez mas resbaladizo y en afán de querer golpear a uno de esos animales el polaco resbaló. Tomaron de su pie y lo arrastraron hacia ellos. Esta vez el espectáculo fue aun peor. Diez, doce, quince de esas criaturas peleaban entre si para poder masticar algún trozo de ese cuerpo. Sus movimientos eran espectaculares, saltaban entre sí, se pisoteaban, incluso peleaban para llegar a esa carne fresca. Desde que cayo hasta su muerte habrá vivido unos escasos segundos, escasos y suficientes segundos para ver como el mismo era tragado por decenas de demonios, como su piel era arrancada, sus huesos eran partidos y su alma devorada.

Solo quedaban J.K y Bill. Ellos sabían que su muerte seria semejante a las de los otros integrantes del grupo. Sabían que habían encontrado lo que fueron a buscar. Habían visto lo que muchos vieron, y sabían que nadie había sobrevivido para contarlo. Los segundos corrían y una vez mas los demonios esperaban cualquier movimiento en falso. Estaban acorralados.

Bill miró hacia arriba y vió una pequeña claridad sobre ellos. Su única esperanza era subir y escapar, y rezar para que la cámara de Mary no se apagara. J.k comprendiéndolo todo ayudó a Bill para que despacio, lentamente alcanzara ese hoyo y subiera a la superficie. Así lo hicieron, casi sin moverse, con movimientos calculados y planificados. Bill había apoyado sus manos sobre el techo para darse cuenta que era un cajón sobre sus cabezas. Empujando desde abajo J.K pudo levantar un poco a Bill, quien ayudado de unas maderas algo resbaladizas pudo arrodillarse en aquel cajón vacío. Ni huesos, ni vestimentas adentro, un poco de tierra floja y la humedad de siempre.

Bill pudo sacar sus manos a la superficie, y con un poco de fuerza en un pequeño saltito ya estaba fuera de aquel infierno. Salió corriendo dejando a J.k atrás, tratando de olvidar también aquella pesadilla. J.k mirando hacia arriba pudo comprenderlo todo mientras oía el ruido de la nueve milímetros de Bill y sus doce disparos.

J.k estaba demolido, desesperanzado y aterrado. El, solo, sin compañía, rodeado de esos demonios de otros tiempos, otros lugares, quizás otros mundos.

Trató de convencerse de que debía luchar hasta el último suspiero por su vida, aunque sabía que después de ver y oír todo lo sucedido ya no tenía vida, ya todo cambiaría.

Su mente explotaba, su pecho apretado, su espalda fría contra la pared. Debía hacer algo, y ya, y así se lo propuso.

Se abalanzó contra el suelo tratando de ser más rápido que esas criaturas y tomar la cámara, y lo hizo, sin antes ser alcanzado en el hombro derecho por uno de esos malditos colmillos. El dolor era irreproducible, el ardor, la sensación. Pero pudo zafar.

Ahora se encontraba sentado contra la misma pared, con la cámara, su única arma. Enfocaba de un lado a otro, y esos animales desaparecían, y volvían, se acercaban y alejaban. Persiguió a uno de ellos hasta el cansancio sabiendo que la luz los lastimaba, eran tantos que ese monstruo no pudo moverse, ni atrás, ni a los costados, ni siquiera hacia arriba, y J.K seguía encandilando siempre a un mismo rostro, con rabia, con locura, con desesperación.

La piel de esa criatura empezó a arder, a quemar, y la locura de esa bestia lo comía por dentro. En el suelo, y debilitado ya casi inmóvil se entregó sin antes regalar al mundo su mas profundo sonido, y de esa forma, y con un ensordecedor alarido dejó sentado que eran sus últimos latidos. J.K había matado a una de esas bestias.

La réplica de los demás no se hizo esperar, como entendiendo y comprendiendo que J.K había sido el asesino, parecía que ellos querían venganza, y el mismo alarido, y el mismo terror, esas criaturas arrojaron frente a J.K. Esta vez decenas de ellos con su lamento y su grito aterrador, algunos llantos venían de espacios más lejanos, pero el mismo sonido, el sonido de la muerte.

J.K se paró rápidamente al sentir ese horror, puso la cámara entre sus pies, y estaba decidido a saltar a ese orificio sobre él. Así lo hizo, la cámara impedía la masacre, con un salto y muchísima fuerza en sus brazos, logro estar dentro de aquel cajón vacío. Su hombro sangraba aun más, y el sudor, y los alaridos detrás de el eran inaguantables. Pudo tomar el mismo camino que Bill, solo que él, no tenía una nueve milímetros, sino el flash de la cámara encendida.

Corrió como pudo y a toda velocidad hasta la camioneta, de vez en tanto alumbrando a esos ojos negros que aun lo acechaban, pero incapaces de acercarse. Resbalaba con la gramilla alta, tropezaba con las ramas secas, pero nada le impidió estar arriba de ese vehículo. Y prendió las luces altas, arranco su motor, y colocó la cámara detrás del asiento para que enfoque hacia atrás. Esas bestias aun lo perseguían, de los costados, una vez mas de izquierda y de la derecha, J.K pegando volantazos, peligrando aun mas su vida. Eran veloces, muy veloces, y sus saltos llegaban a varios metros de distancia, el hambre que llevaban y el olor a venganza se podía ver es sus colmillos.

Tomo el camino de tierra a toda velocidad, y pudo desprender de la camioneta a unos dos o tres que seguían agarrados con esas garras filosas. Estaba entrando al pueblo de Zator cuando ya había perdido demasiada sangre, se desvanece y la camioneta quedó enroscada en una de los primeras farolas que alumbraba el pueblo.

No recuerda mas nada de esa noche, solo sabe que nunca más tuvo noticias de Mary, ni Bill, ni Tomislaw. Solo sabe que nadie en ese pueblo comentó nada de ese accidente, ni de la cámara que llevaba en la camioneta, que ahora estaría perdida, ni de sus herramientas, ni los alaridos.

Fue llevado a un hospital de Krakow, y a las semanas derivado a Inglaterra. Paso de hospital en hospital unos dos años y finalmente fue derivado al ¨The Priory Hospital Bristol¨ de la ciudad de Bristol.

J.K seguía oyendo esas melodías del infierno, después de aquella noche. A veces, a la mañana, también bajo elsol, y a la noche. Para él, provenían de cualquier dirección, de los sótanos húmedos, de los techos olvidados, en su habitación. J.K sabía que la venganza de aquellos demonios cada vez estaba mas cerca, el lo sabía y lo sentía.

Pasaron dos meses después de que J.K me contara todo. Su aspecto físico había cambiado, empeorado muchísimo. Su sangre estaba infectada por alguna clase de bacteria que ningún centro de análisis bioquímico podía descifrar. Su piel era pálida como un cadáver y había quedado pelado en todo el cuerpo. Había perdido todos los dientes, uno a uno y su mirada, era ahora, más fría y más distante.

Me había pedido mil veces que acabe con su vida, o lo poco que quedaba de ella. Me había suplicado, ya que yo era el único en saber toda la historia completa, que le de fin a ese calvario. Sufría, no dormía, vivía aterrado. Su mente giraba en torno a aquellos túneles y sus habitantes.

Un día, al ver que J.K estaba agonizando, y al darme cuenta que su mirada rogaba por su muerte, fui en contra de mi moral, la ética y la ley, pero en el fondo, lo comprendía.

Estábamos en una sala de internación, él, en una camilla, y yo a su lado. Sintió mi pistola fría en su frente y me sonrió. Bajó su cabeza como afirmando que estaba completamente bien lo que estaba haciendo, y cerró sus ojos.

Un disparo y luego el silencio. La sangre viscosa corría por su cien, lentamente. Mis manos temblaban. Pero ese horror no se compararía con lo que sucedería después.

Al cabo de unos segundos de la muerte de J.K, los alaridos se hicieron escuchar en todo el hospital, arriba, abajo, a los costados, cerca, y también lejos.

Creo que había matado a uno de su especie, yo era ahora el asesino y esta vez la venganza recaería sobre mí.

Mientras dejo escritas mis últimas palabras en este papel, recuerdo, afortunadamente, y gracias a Dios, que siempre llevo cargada mi pistola, con dos balas.

Para ser o no ser juzgado: Arnold Strokfield.

Paniccia Leonardo David.

2019 Mar 01

Luli
Desde 2017 Ene 10

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