La estación de tregua


Los pequeños cisnes
junto al néctar que ondea lejano,
a la humedad de la noria.
El hilador de seda
por los corredores abedul,
donde se cuela un sol vuelto a nacer.
Y entre sus ascendientes formas
las copas ufanas repletas de cantos,
Sin más apariencia;
un ejército cristalino
mora desenvuelto contando los latidos.
Una hoja verde se desprende,
y confiada, une sin resistencia su espíritu
a la humedad de la fértil tierra.
Al igual que el tronco de un bronce viejo,
sobre la ofrenda de vida.
El juicio del pecho permanece callado,
mientras que de pie, dura la estación de tregua.
Así, arde cálida la dulce substancia
entre atrios de alas abiertas,
hacia el atalaya de campanas victoriosas.
Pronto partiremos…
desapareciendo entre los trenes de estaciones,
a través de llanuras
y debajo del brillo del astro ámbar.
Camino a la adorable morada,
apacible, melodiosa;
cargados de vainas que germinan.
Hacia el atardecer de ojos cerrados
con el poema en labros;
y entre cantares formando parte
de la luz de un nuevo mundo.
*
Septiembre 17, 2018
© 2018 Gabriela Ponce de León, La Dama Azul. Todos los derechos reservados.
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