El temor del mundo

Nos aferramos como cadenas a un prisionero ante el temor de ser olvidados,
de caer en el oscuro y vertiginoso pozo de aquello que supone el olvido,
de conocer a la soledad en su estado más puro,
de presenciar el cómo unos ojos ajenos nunca más volverán a mirarnos.

Nos aferramos ante la fatalidad de no ser recordados por la persona que queremos,
de ser abandonados por aquellas personas que nos han marcado,
que nuestro nombre y apellido caiga en un baúl sin etiqueta y enjaulado,
enterrado bajo las profundidades de la tierra en un cementerio imaginario,
en la posibilidad de palpar el abstracto contacto con la amarga soledad

en este mundo fatídico habitado por la dependencia y la temerosidad
de convivir con uno mismo.