EL DROGADICTO

Las legiones de ángeles acudían a mí,
Para que yo los escuchara
Y aprendiera a sentir
El dolor eterno.
Cuando estaban en mi presencia
No predicaban oraciones angelicales,
Ni rezos cristianos
O, judíos.
Ellos cantan
Alegóricas canciones;

Que hablaban de muerte
Y a la misma vez, de vida.
Ellos con su cántico celestial
Diluían el caos de forma generosa
Y hacían que el miedo de los hombres
Se alimentara de sensaciones ponzoñosas,
Para mantener un equitativo equilibrio
Que convertía el delirio en opio y placebo.
Las legiones de demonios también
Acudían a mí,
Pero ellos
No cantaban.
Ellos sólo susurraban frases cortas
Y sin sentido.
Para convencerme
Me taparon los ojos
Y me marcaron la frente
Y siempre ponían como emblema:
«el nuevo dios será la blanca bandera, la nueva era, la primavera para los plebeyos».
Para que yo sintiera el dolor eterno, los demonios
robaron
Mi libertad,
Y profanaron el bálsamo de la esperanza
Y así decoraron con amor la lujuria y el deseo,
E hicieron de la fe un negocio predilecto...
Pasaba mis noches bajo un muro
De cristal.
Desde donde yo estaba escuchaba
Las ánimas, los lamentos, la cólera de los olvidados.
El designio de mi disminutiva ingenuidad
Desbordaba el daño que causé y me causaron en vida
Y mis labios se secaba de manera obsoleta.
—La muerte duele menos que la vida, pero en vida moría por placer, en la muerte no puedo vivir a gusto, porque me pica la eternidad.—Pensé.
Después de convivir con demonios
Y escuchar a los ángeles cantar
Entendí
Que la droga que
Hoy me mata,
Es la misma que me quita la sed.