El Divino:

Del Baul de las locuras y sueños raros de Silvestre:
¡Su beldad, la gran maestra Griega: háganos el favor de callar!
Solloza: el oscuro umbral que traspasa su idillo porfiado le permuta una anécdota.
Vaticina: las memorias entremezcladas luchan entre bárbaros cojines que negocian un alma rota.
Se realza: quiere resquebrajar una pluma, y no puede, siquiera, vislumbrar una astilla.
Tiene premura: el universo endereza una cavatina retórica y le engaña con sutiles laminillas.
El octogenario tiene estigmas en las manos, sandalias mohínas en sus pies y una larga travesía para encaramarse según una bienaventuranza legible.
N
Ni se te ocurra traspasar el foramen anquilosado que escudriño una verdad.
No vengas hacia la mojigata y le inculques serpientes revoltosas entre sus almohadones de plumas.
El sello victoriano es un magnánimo trofeo.
Nací con él, tú, eres pordiosero ante mis ojos.
Aprende del inalcanzable, no robes sus monedas. Puede que un día lejano te perfore la autoestima, emisario.
Soy de armas férreas y hago daño con el silencio. ¡Acuérdate de ello!

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