Ataviada de percales, sombría

He venido hacia ti
al yacer la tarde;
yo... por fin,
al calor de pies descalzos
entre la humedad de la tierra.

¿Y tú?...
En el medio del aire,
sobre un viaje eterno de nubes
al viento al que no vuelve,

Todo pierde su esplendor
cuando el vacío es mayor;
a la resistencia de veranos,
o en la percepción de la presencia.

Al fuego, dibujado por el viento,
extremo de horizonte a la tarde gris;
del impreciso y hondo sentimiento
a la agilidad de una empuñadura.

Cruzar, blandir;
nadie lo podría prever…
sentir pasión,
desconcierto, elevación.
¡Sentir, lo que sentías por mí!

Rodar por el extendido suelo
tras la caída;
a una promesa sin cumplir;
confusión, derrota.

Nadie en tu rostro
consagró las líneas,
nadie subrayó sobre esa sonrisa;
o desdibujó a décadas tu mirada,
errando a la tonalidad del
verde azulado.

¡¿Acaso no eres tú,
todo lo que yo quiero?!
Sonreír al amor, al deseo.

La luna, también canta la pena
cual si la hiriera repentinamente,
con la agudeza de la añoranza extinguida…
el epílogo de fuente viva en terciopelo
que fue la gracia del cielo encanto.

Muerte en el olvido,
al frio en lo lejano de tu boca;
vociferar tu nombre,
bajo el sepulcro
yaciendo atada al mismo páramo,
ataviada de percales, sombría.

Gabriela Ponce LS