Amanecer lejos del sonido
Yéndose de acá, en la primera nube...
sintiendo la manera de un ser hecho de tiempo,
caminando en la culpa,
confiando levemente en el viento,
meditando en un trozo de pensamiento,
masticando la serenidad,
destruyendo pequeños universos, (enormes),
en el polvo de los zapatos,
en los pasos del pasado,
en los frutos del presente,
caminando, dejando el cansancio para otra noche más.
En un alba censurada,
un atardecer incinerado,
una gracia entre el minuto,
entre la hora,
entre esa semana,
la cálida vegetación que funciona como corazón.
Es verdad entonces que los bellos recuerdos
son detalles en el horizonte,
dibujados por no sé que mano íntima,
inmensa, sutil...
un dedo itinerante,
en medio de la gracia de lo inefable,
justo en la medida de lo trascendental,
un dedo sin la necesidad de la acusación...
Señala pues esa hirviente pasión,
y renueva la consecuencia,
la última acción antes de la escena que merece tu nombre:
Un bello ocaso en ese insondable mural,
descollante,
pleno de caridad...
Guárdame en tus oraciones y cuentas,
dame la semilla pequeña de la paz;
las guerras,
los gritos;
poco a poco cesan,
en silencio se desvanecen,
en la imperceptible serenidad descansan.
Duerme ahora,
en esa realidad sin música,
en esa ilusión rebosante de color,
en el blanco y negro de tu hábito,
en esa misteriosa cualidad,
abrázate entonces a lo sacro,
que del aserrín surge el buen mundo,
uno de carpintero creador,
un nuevo mundo en el cual ya no llorar...
Espéranos por favor,
guárdanos un lugar...
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