28 de febrero

Eres tú a quien veo en cada
uno de nosotros, tu nervio, y tu furia,
tus palabras y las manos
laboriosas que trabajaban
incesantes, cuidando los geranios,
trayendo la compra, partiendo el
pan, serán tus batas de colores
las que nos hagan rabiar
de envidia, y tu cigarrillo
apenas encendidos

en una Navidad, o en esos momentos
oportunos. Cuando nos dabas la mano,
tu apretón silencioso
y tu andar por la vida
nos hacía sentir seguras,
cuando tus ojos brillaban eras
juventud y alegría.
Y el café que tomábamos
en un invierno de radiadores
y estufas.
Las lentejas, los
filetes rusos, el cocido y
las sabidas torrijas.
Tu casa está limpia, como tus
toallas y sabanas dobladas en
armarios de madera de bosques
furtivos.
Quisiera verte mover los labios
cuando mi cháchara
se hacía inaudita, y oírte hablar a solas
y mirarte cuando con un lapicero
negro te perfilabas las cejas.
La rojez de tu tinte en el pelo,
como ascuas de fuego.
Las permanentes innumerables,
y tus rizos diminutos como anillos
para un niño.
La crema de Nivea
grasienta y parsimoniosa,
tu carnet del
partido comunista
en el monedero.
Te he visto cansada y
triste, pero más que nada te he visto alegre
y segura.