Los maestros del silencio

En medio de claustros acertijos indescifrables
fui testigo preliminar del nacimiento y muerte
de aquel suave e inviolable albor trepidante,
resurgido como una lúmina escuálida
de embrionaria vibración magna
que recorre la densa penumbra como la Aurora transmutada,
¡tú!, que nos hablas inadvertida, desde la quietud misma
de una inmanente percepción pagana
preservada cautelosa como la corriente sempiterna
reptando ondulante sobre el cálido río que tranquilamente baña

al portentoso sol inmolado, como a la enigmática luna desnuda
de insondable y misteriosa naturaleza arcana

¡Oh clemente refugio!,
has curado y elevado
todas las desdichas de esta alma errante
que flagela y se adormece en las altas olas danzantes
de todas aquellas playas fractales
que duermen plácidamente suspendidas
entre luces y diamantes fugaces;
¿quién nos ha traído desde tan lejos
para dejarnos a la deriva con tantas preguntas?
¿de dónde viene este dolor embustero
que tanto nos seduce y atormenta?
¿cuánto has deseado dividir el día en libertad absoluta
y dejar atrás toda limitada conciencia obsoleta?
¿cuándo nos vendrán a buscar
para liberarnos del súbito error artificial?;
recojo todos aquellos vapores
exhalados desde el crepúsculo mortecino
hasta el preámbulo del vuelo de ángeles nocturnos
para así guardarlo y sentirlo una y otra vez
bajo tu piel amada que destila los efluvios primitivos
de las ánimas secuestradas por el amor infinito

Los maestros del silencio
retornan y deambulan
por adimensionales territorios inmaculados
de incalculable belleza ultraterrena,
donde nuestra verdad es una apoteosis colmada
por la divinidad que duerme instintiva
para destruir todo aquel mortal dolor que nos recrudece,
bilocación que desenfundas el ingente maná impermeable
has de nosotros resplandecientes luces inalcanzables
vigiladas por los majestuosos astros de un paraíso perdido
que circunda reticulado ante los ojos de un sabio pacificador;
toda aquella distancia, engrandece nuestro amor
dándonos una mística visión
de lo que ha sido corrompido y abnegado
desde un deliberado espacio atemporal;
"que fácil es acallar a los muertos
cuando estos han perdido el juicio,
y que difícil es escuchar el silencio
cuando no estamos predispuestos a invitarlo en lúcida comunión"