Una historia de mar
Relampaguean luces y sueños
en la noche en la que danza el diablo,
navegan bravos corsarios sin dueño
cómplices sanguinarios de la historia de la que os hablo.
Cruzan miradas dos navíos enfrentados
como amantes sin barreras
que no tienen miedo al pecado;
su cama es la mar y el silencio ya huye descontrolado.
E
preparas el acero sonriendo,
gritos de guerra exhalas
y las velas se despliegan como un rugir con alas.
El metal entra en mi pecho
como un rayo iluminando el cielo,
caigo desamparado, el dolor no tiene techo,
no es por la herida; el combate me ha dejado insatisfecho.
Embravecido me grita el tiempo:
¡Lucha hoy! Mañana las espadas
se oxidan y sólo golpea el lamento.
Miro a mi capitán, él no se cansa de espolearnos;
se acerca y me profiere: En pie, feroz guerrero,
¿de cuántos infiernos hemos surgido sin quemarnos?
Y aquel que creyeron muerto
surge bendecido por sangre y esperanza,
entre luces y sombras avanza
y besando la gloria con una estocada
clama bravo su venganza.
El silencio de la vida contempla desolado,
no respiran enemigos, tampoco los aliados,
yace solo en el barco destrozado
mientras comienza a hundirse
cierra los ojos y por la eternidad es abrazado.
Cuando el barco arde
cualquier puerto sabe a vida,
la lluvia acude demasiado tarde
y tarde es para lamer heridas.
El cielo se tiñe de blanco y las almas resucitan.
Los muertos abren los ojos aunque el corazón no les palpita.
Y todos en pie aplauden a la ganadora,
aquella que hace llorar a la suerte
y siempre llega a su hora.
Bajo un manto negro que sin ojos parece leerte
gobierna siempre abrumadora
y con lengua de serpiente
le susurra a la piel inerte: Los vivos me llaman muerte.
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