Un nombre

Sabía que todo lo que
me decía era un esfuerzo
que la destrozaba.
Ponía mi nombre en cartas
lunáticas.
Me enviaba regalos y su voz
de tan alegre semejaba fantasmal.
Soy tuya, susurraba tan bajito que
dolía escucharla.
Yo afilaba mis armas y mi desprecio.

Pero ella era buena y yo
la quería y callaba ávido de
escucharle un día la verdad desnuda
Y así morirme bien muerto.
Nunca me la dijo.
Se fue con mi amor y mi dolor a
la tierra del olvido.
No sé bien por qué no le pedí
un nombre.
Comprendí, recuerdo ahora, que
en su mudo adiós
se dibujaba su final.
Hay personas que no saben vivir,
Que nunca sabrán amar.