Tu pecado

Sí supieras tú, criatura.
Que espero apoderarme de esas trenzas, y de deleitarme con ese baile que no puedo más que encontrarlo delicioso.
Sí supieras tú, cariño;
Que estoy sujeto a la expectativa del frágil botón que mantiene una fuerza de voluntad inmensa,
Y del incierto suceso de su absoluta rendición,
Pero no me malentiendas, dulzura.
Al final del día, soy un hombre y los pecados de la carne me seducen,
Sólo que con mayor estilo y gracia que a la mayoría,
Y tu pequeño juego me fascina.
Esa sexualidad de la que pretendes ser ajena,

Esas curvas torneadas que mal escondes,
Y yo…
Que siempre he sido un jugador, que siempre he sido un sátiro, un príncipe prematuro,
¿Cómo le digo no a los saltos de tus pechos voluptuosos?
¿A la sugestión de tus labios rojizos y la promesa de la humedad de su calentura interna?
Sigue corriendo como una pequeña presa en mi jardín de delicias, sigue pavoneándote.
Un Dios no es un Dios por el poder que ejerce,
Sino por los pecados que perdona,
Y el tuyo, más que perdonado, merece ser castigado.
Porque sueñas con ser cordero en las fauces del lobo,
Porque fantaseas con la flagelación de tu espíritu, y la doblegación de tu alma.
Añoras ser consumida en tu entera capacidad,
Como una libélula a la orilla de la noche,
Como una virgen ante su consumada comunión.