Sonetos XXI y XXII
Soneto XXI
Rindió el bastión sus torres y su muro,
Sus piedras y su fuerza, y, generoso,
El cielo se hizo claro y espacioso,
Soltando sus corceles sin apuro.
La sombra desmintió su velo oscuro
Dejando que bullera, luminoso,
Un sol febril, acaso temeroso
Del hielo de la noche, el aire puro.
Manchaba con sus fuegos el paisaje,
Llenándolos de luz y de belleza.
Cansada de esperar, tu voz dormía,
El alma presta, lista para el viaje,
Helado el pecho, viva la tristeza
Soneto XXII
Recuerdo tu mirar, que, perezoso,
A veces quejumbroso de la vida,
Los párpados cerraba, si, dormida,
Buscabas un descanso más gozoso.
Sentada en la butaca, con reposo,
Solías ver las horas, su partida,
Corriendo a la aventura, y, aburrida,
Salvabas un bostezo generoso.
El sueño era en tus carnes un consuelo
Que siempre tus plegarias suplicaron
Aquellas tardes grises y otoñales.
Soñabas, y tus sueños eran cielo,
Descanso a los dolores que segaron
Sonrisas, otras veces, con sus males.
2005 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Las campanas de la muerte”
Primera parte: "Los arqueros del alba"
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