A los Hijos de Lacalle

En la piel del Alma
Tengo escritos los poemas
que nunca has de leer
De mi existencia NO has de saber
Del triste peregrino
Que llaman el Poeta y Mendigo,
Sombra de los caminos
Prisionera marioneta
De los lugares sombríos,
Mudo cascabel de sombras

Que al viento helado
se mece sin sonido
Por las callejas sombrías
En la profunda noche
De la ciudad dormida.

Sombra que camina
Sin dueño ni tiempo
Rodeado de soledad
Silencios y viento,
Como Hojas arrancadas
Del árbol del olvido
Perlas del invierno frío
Por las calles arrastradas
Para desintegrarse
Moribundas y destrozadas
Sucia y enlodadas
En los charcos de agua
Que reflejan la fría madrugada.

Alfombra blanca inmaculada
Tejida por la fría escarcha de la helada
Por las calles, plazas y canteros extendida,
Blancas las avenidas
Los antiguos faroles
Como tímidas velas encendidas
Tiemblan en las esquinas de frío,
Duerme sobre un sucio banco
Sus sueños de albedrio
Un hijo de la calle
Cobijado por viejos cartones
Diarios viejos, silencios y hastío.

Patético oleo de la madrugada
En blanco y negro sus pinceladas
Sobre el lienzo de la miseria estampado
La vida de los hijos de la calle
Ha quedado pintado
Por el pincel olvidado
De la triste realidad
La ignorancia, la injusticia y el desamparo
En el cuadro han quedado plasmados,
Y en un lugar acurrucados
los sueños y la esperanza
tiemblan de frío y desesperanza
en medio de la nada
sueña con un mundo mejor
mientras piensa lo peor
para este hijo de la vida,
en los hombros de la madrugada
viene despuntando el nuevo día
trayendo en su porfía
nuevos sueños que morirán
junto al ocaso de este nuevo día
a Los Hijos de la Calle
así se le va yendo la vida.

Mario Anónimo