La Marea.

Caminaba a altas horas de la noche,
a pocos metros de la menguante marea,
cuando alcé la vista
con aire taciturno
declarándole al océano:
''No hay verdad más imponente
que la que impones cuando te miro,
cuando cruzas miradas furtivas conmigo
y yo doy un vuelco extraño en la miseria''.
El mar, bravío y enfurecido,

me respondió con un estridente bramido,
parecía estar desafiándome.
A pesar de su estoica e hiriente
máscara de ferocidad
observé que retrocedía a mi paso,
la orilla quedaba seca
y la playa
cada vez se asimilaba más a un desierto.
Llamaba al mar a gritos
desde el árido páramo,
pero ya no acudía a mí.
Y lanzaba al viento
desafíos y maldiciones
que se erosionaban
como los granos de arena
de aquel desierto infernal