La finca del caño.

2017 Abr 28
Poema Escrito por
Franlodel

La finca del Caño.
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(De mi libro La otra cara de Jano)
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Una de mis obsesiones más irrefrenables, consistía en deambular a solas por el campo. Con frecuencia, me escapaba de la escuela, o me escabullía de mi casa, burlando la estrecha vigilancia de mis padres, y me iba a caminar por sembrados y veredas para buscar cabrahígos, hinojos o collejas, o trepar a los almendros y moreras, para hincharme de comer moras y allozas hasta reventar. También me gustaba tumbarme en los trigales verdes para ver balancearse a las espigas y a los insectos pulular entre sus hojas… y correr por los sembrados y bañarme en los arroyos y chilancos, aunque esta manía me acarreara más de un problema… como el que tuve un buen día y os voy a relatar a hora.

Había en las afueras de mi pueblo una frondosa finca conocida como “El Caño”, por un manantial de agua fresca, que fluía sin parar de sus entrañas, donde había una bellísima mansión, sin que se supiese quién era el amo con certeza…, aunque había quién decía, que pertenecía a un señor muy rico apodado “el Tío del Queso”.

Pues bien:

En una de estas correrías, en que iba acompañado de mi amigo Rafael, un avispado muchacho más travieso aún que yo; después de estar un largo rato deambulando por el campo, fuimos a parar a las inmediaciones de esta idílica mansión. Impactado por su nítida belleza, me senté a contemplarla a la sombra de un nogal…, cuando de pronto -al volver la vista atrás-, ¡oh Dios Santo!, como un célico milagro, o una excelsa aparición, contemplé una hermosísima piscina, llena de agua hasta arriba, que me invitaba con sus claros reverberos a nadar. Así que, sin pensarlo, me quité las vestiduras y me tiré a sus linfas cristalinas, mientras que mi ropa quedaba custodiada por mi amigo Rafael: ¡aquello sí que era un placer y una auténtica delicia!... Pero cuando estaba ensimismado -haciéndome el muerto panza arriba-, empezaron a oírse unos tremendos chillidos que me helaron por completo el alma hasta hacerme estremecer. Me incorporé, y vi despavorido, cómo venía a lo lejos, corriendo como un loco, el guarda de la finca, precedido por dos enormes mastines, silbando y gritando… “¡Ehhh muchacho… quieto ahí… párate… párate!” Aturdido por aquella situación tan repentina, pegué un salto felino, saliendo del agua tan nervioso y deprisa, que resbalé cayendo sobre el pretil de bruces…, entonces, tembloroso, empecé a gimotear diciendo muy bajito y asustado: ¡Ay mamá, ay mamá!... mientras que mi amigo ponía pies en polvorosa y el guarda no dejaba de gritar: “¡Ehh muchacho…, párate, párate…!”

Aterrado, salí corriendo por el campo, mientras mi cuerpo se iba ensangrentando con los arañazos de las púas de las zarzas y con las aristas de las piedras que se clavaban en mis pies…y sin pensarlo, me tiré de cabeza a la maleza para evadir a mi hostil perseguidor, quedándome inmóvil mientras musitaba un Padre Nuestro y percibía en mi cogote el jadeo de los canes y su tibia exhalación… Hasta que después de un largo rato, la amenaza de los canes y del guarda se extinguió. Entonces, abandoné mi madriguera y empecé a caminar entre surcos y terrones, tapándome las partes con la palma de mis manos, mientras lloraba desconsoladamente y no dejaba de gritar: “¡Rafael, Rafael!, ¿dónde estás, ¿dónde estás…?” Hasta que de pronto -desde lo alto de una loma-, apareció, como un ángel de la guarda, mi amigo Rafael: “¡Paquito “cucha”, estoy aquí, estoy aquí...! ¿Es que no me ves? …” — “¡Rafael, Rafael…!” — Le contesté llorando y tiritando a la vez. Me vestí y me lavé la sangre en un chilanco y después me fui para mi casa mientras le juraba a Dios no volver a hacerlo más. Lógicamente, al verme entrar mis padres en aquel estado tan deplorable -después de preguntarme por lo que me había pasado-, me dieron una buena tanda de meneos y guantazos que me hicieron mucha pupa y también reflexionar…

¡Hay que ver qué malo era por entonces y lo bueno que fui después!

Autor: Francisco López Delgado.
Todos los derechos reservados.

2017 Abr 28

Franlodel
Desde 2016 Jun 01

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