Epístola a los ausentés.
Ayer toqué a su puerta y nadie respondió,solo una brisa helada salió de las ventanas mudas,me parecieron dos ojos llorosos que habían llorado a cántaros.
Las huellas de sus pisadas como marcas añejas vi marcadas en el patio donde tantas veces reímos y conversamos de la vida y sus quehaceres.
Los árboles frondosos huérfanos de las hamacas que amarradas a sus troncos se mecian,parecían gigantes encorvados como si un cataclismo se hubiera posado en sus hombros,los pájaros enmudecidos me miraban espectantes,solo una cigarra tocaba su requiem lastimero.
El tiempo se detuvo un instante en mi mente y divise sus caras,su risa,su brindis bohemio y la carcajadas irreverente que salía de sus gargantas profanas,pero solo fue un espejismo,un ensoñar profundamente entristecido y doloroso.
Ya no están,me dijo una voz en mis adentros,se fueron, quizás me los encuentre al doblar la esquina y me dirán que solo fue un instante que salieron a dar una vuelta.
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