El Silencio de San Pedro
En la sombra de San Pedro, un silencio profundo,
Francisco, el quebrado, al fin sin peso en el mundo.
No queda el eco ronco, ni sombra en las calzas,
solo el hedor del tiempo, que al alma ahora abraza.
Aquel Cristo de arrabal, con manos inertes ya,
su verbo certero, al fin no desafía.
Las llagas del mundo, su manto ya no cubren,
y en el silencio eterno, los demonios se pudren.
"
los muertos despiertan, de su larga modorra.
La piedad, una daga, que al fin no hace mella,
el perdón, un veneno, que en nada se estrella.
No hay santidad pulcra, la tierra lo reclama,
se lleva el peso del pecado, su andar, su proclama.
Un faro apagado, en la noche romana,
Francisco, el santo, con el alma que mana.
Su risa, un eco débil, en patios de piedra,
su andar pausado, un mapa de sendas inciertas.
La mano extendida, buscando al desvalido,
su voz, un río manso, de amor compartido.
No buscó la corona, ni el cetro dorado,
sino el polvo del camino, el rostro del olvidado.
Con palabras sencillas, quebró el mármol del dogma,
y en cada gesto humilde, plantó una nueva estigma.
Amó la tierra herida, la flor entre escombros,
y en cada alma perdida, buscó nuevos asombros.
Su mirada serena, un faro en la tormenta,
su fe, una llama ardiente, que el frío no enfrenta.
En la copa vacía, la ausencia del doliente,
en el pan olvidado, el sabor del ausente.
Aquel dios de los parias, su grito ya no alcanza,
un papa dormido, con el alma sin mancha.
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