EL ESPEJO


EL ESPEJO II
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“Día 1- Mi nombre es Daniel Leiva. Entonces: Daniel Leiva Está sentado frente a la máquina de escribir; tiene cincuenta años, poco cabello en la cabeza y algo de barba en el rostro; está algo ansioso al iniciar este experimento. Acerca las manos a las teclas y unos centímetros antes de tocarlas, las detiene y con los dedos índice y mayor, frota suavemente los pulgares, como si con este movimiento se accionara la llave de una puerta que lo lleva directo a otro mundo, un mundo con más magia, un mundo metafórico donde lo real y lo imaginario se tocan y sus límites se difuminan, como cuando el mar llega a la costa y la acaricia con pequeñas olas saladas que juguetean arrastrando de aquí para allá la arena de la playa."
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Un par de tipos lo miran desde el otro lado del pasillo, solo se tiró en un duro catre y se quedó mirando el cielorraso, no se anima a cerrar los ojos, escucha como los tipos murmuran algo y se ríen, nunca sitió este miedo ni este desamparo. Seguro que esos tipos son capases de matar, pero de verdad, no sentados frente a una máquina de escribir.
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Leiva me mira desde el papel y su respuesta me sorprende.
Por supuesto que mataría por odio."
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No consiguió que le permitieran usar su máquina de escribir ni cualquier otra; tras mucho insistir solo pudo tener un cuaderno y un lápiz que le darán solo por algunas horas.
Algunas horas, algunos días; cuantos quedarán, eso ya no está en sus manos; ahora depende de un par de tipos vestidos con trajes caros, sentados frente a un escritorio. Si tuviera su máquina, tal vez agregaría a los dos a la lista del espejo.
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“y a quién odias, digo, tanto como para matarla, o matarlo.
Tú lo has dicho, consciente o inconsciente, has escrito “matarla” ella tal vez sea la primera de una lista que te podría dictar, tampoco sería tan larga pero hay varios que merecerían estar en ella”
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Ella; hasta aquel momento no sabía que la odiaba. La había amado tanto, le había dado tanto; nunca pudo entender porque lo hizo.
Creyó que la había perdonado, que por amor la había dejado ir y que hiciera su vida, el no haría preguntas ni le reprocharía nada.
A él sí; a su amigo si lo odió y tal vez por un momento pensó algunas cosas para hacerle daño; pero el tiempo también hizo que creyera haberlo perdonado.
El Leiva del espejo no entendía de esas cosas; una imagen en un espejo jamás miente, solo devuelve verdades crudas; las arrugas son arrugas, los kilos de más están allí y no se esconden; en este caso su espejo le estaba devolviendo con dureza su verdadera y cruel imagen, el odio y la ganas de matar estaban allí, esperando ocultos en la oscuridad más profunda y ahora salían a la luz.
continuará
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