Carta de un viaje
Nuestro amor era una pelopincho llena
no se sabía nunca qué iba a pasar.
Nadie puede negar que más allá del cliché
se soportan las miradas, los muros,
como el lenguaje,
como el tiempo
y una tragedia en la calle de los tilos.
Se descontrola la imagen difusa.
Viéndola a Lara saltar por el comedor,
inútilmente feliz
tan sutil
como un animal cachorro,
se alegra de las penas del que la odia.
Los vecinos se llenaron de lucha,
de hijos, de flores marchitas,
de gatos, y de deudas.
Hay una esencia extraña flotando sobre
mi cielo, ese en el que estás vos.
Ahora suenan las sirenas que despiertan
a todo el pueblo, se sienten débiles,
indefensas y fanáticas,
pero vuelven con la lluvia, no se cansan,
sueña el sonido que solíamos escuchar,
y se va el dolor, despacio, como una marea.
Nadie nos ve,
gritan los pájaros,
no pueden entenderlo,
y el tren sale de la estación como un relámpago en la noche.
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