Bajo la tormenta que la noche establece

Los muros de adobe
se desgajan en la desembocadura glacial
de un labrantío cubierto por trituradas campanadas.

En medio, inmóvil, cubierta la tierra;
la herida errante, tiránica se abre
sobre el cuarto creciente de la luna.

Ahora ya, tan distantes;
las olas rompen y reducen los racimos

que muerden aullantes cañones
en el tedio involuntario, anclado al jade estimulo.

Bajo la tormenta que la noche establece deleznable… no amanece.

Las telas trasparentes en seda hiladas
desbordan mutables, cubiertas
en cada brote arrojado
tras la hoguera que turba los sentidos.

Espejismo de un rememorar perpetuo;
que entrega cual legado, un peregrinaje al éxodo
enardeciendo la tempestad
que imponen la estación y lo infinito.

Detrás de la prisión del tedio
la repetición sublevada;
quimera de constelaciones obsequiando
el aliento dentro de sí derramado.

Bajo la tormenta que la noche establece deleznable… no amanece.

El desertar cava ásperamente sazonado
un aguijón, que se vierte ejercitando
las vías de hiel, estáticas,
prendadas al luto ruina del huracán.

Un dolor devora la atmósfera densa
trazando oculto una fiebre arrogante taciturna;
al borde del voluptuoso abismo.

Y clamando rompe el raso cielo
en toda edificación,
sellando todo sopor amargo, estimado,
en la expiación reservada para el poeta.

Ráfaga de un tardío horizonte;
despojos en vano de las frías caracolas
y del triunfo pueril esparcido
sobre el inútil sueño inundado, lánguido, punzante;
a la espera del crucial ahogo bajo la tormenta.
*

Marzo 5, 2018
© 2018 Gabriela Ponce de León, La Dama Azul. Todos los derechos reservados.