Adorada Isis

Consumada en su propia pasión,
Deseando despertar en ese versículo
Aquel que destrona la ciencia,
En su acto de conciencia,
Plagando en su folículo,
Un retorno a la paciencia.

Sublime tras las cortinas negras,
Aquellas que empañan el momento,
Descubriendo las piezas pérdidas,

Entre un rufián lamento.
Esas únicas y detalladas
de cenizas purpuras,
es en esa misma obscuridad absoluta,
donde algún perdón habita.
Escondiendo entre sus pestañas,
Tan así, como forjando en su mente ese festín,
de ideas, entre musarañas atolondradas y mustias.
Donde truenan sin cesar campanas desgastadas,
En el azar de millones de soflamas,
Desde la primera hasta la última,
De las clandestinas páginas.
Un despliegue de utopías,
En su imaginación corría,
Y alcanzar creía,
Pues nunca quería,
Morir desesperanzada entre sus favoritas melodías.
Es ella cual, si quiera, la que cava su propia tumba,
Destruye su cuerpo con heridas y torturas,
Que apuñalan su propia espalda.
¡Oh hija de Isis, diosa del amor y confianza!
No te lastimes más con tus heroicas hazañas.
Muestra la luz de tu espíritu,
Tal cual es tu alma sin prosa,
Sin metáfora y sin nada.
Aniquila entre tus dedos,
Toda imagen nefasta,
Que, adentrada entre tus cabellos,
Alberguen de realidad de tu yo verdadero.
y a tus reales plumos,
Retorna al crepúsculo,
Llévalo en tu alma,
Así como medio dormido,
Todo ese recuerdo oriundo,
Desde el inicio, hasta el fin del Mundo.
Pelea con tu propio ego,
Y recuerda esto si te fallas:
“Al nacer todos gritan, al morir
respiran, poniendo fin, a todo,
y elevando tan sólo a su alma”