VIII. Confutatis Maledictis
Perdido, brotando la aurora,
hallé custodiados y oxidados,
unos versos que en la leonera,
fueron de mi cráneo despojados.
Yo sé de unas palabras rimadas,
que de un sueño en verso hablaban.
Yo de una mujer me enamoré,
que en su pecho tuve la oreja,
porque allí el órgano no festeja.
Yo de unos ojos fui prisionero,
que en la pupila me adentré,
que en ellas yo me hallé solitario,
porque en la nieve su huella no encontré.
Yo de un beso fui ardiente deseo,
que ambas voces en una se unieran,
que palideciera el roce anhelo,
porque no hubo lengua que respondiera.
Yo de unas hebras soy cautivo,
que con los dorados discurrían,
que acariciando fui mentido,
porque yo amé una calavera.
Eso soy, perdido caminante
que azuza hogueras de vivos sueños,
gozoso de que venga a arroparme,
la mujer que me acoge en el lecho.
¡Yo soy el novio de la muerte,
y ella, con quien ojalá despierte!
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