SIN PRISA

Las aguas del amor van puliendo mis años
cruzando un solitario puente, de innumerables ojos,
que luce hondas heridas.
De escondida atalaya mi balcón cuelga;
desde allí, apenas vestido, observo a las bañistas
viendo brillar la espuma en sus rosadas mejillas.

¿Cuáles de aquellos labios me apetecen más?
¡Todos me parecen deliciosos
y con sus brazos, moviéndolos

graciosamente, se gastan ligeras bromas…!
Ahora veo chapotear sus cabellos en el agua.
Ríen, son felices, en su jovial algarabía,
conscientes de que la gente las observa.
No saben quién,
pero presienten las caricias de unos ojos
como los besos de ingrávidas cenizas.

¡Hiere el cuchillo de sus húmedos cuerpos,
cuerpos esbeltos, oscura lava
que indiferente pasa arrojando fuego!
Sin que me vean,
extendiendo mis temblorosas manos,
rozo sus cabellos,
acaricio sus piernas,
beso sus hombros,
jadeo y salpico sus espaldas…
Exuberantes hembras,
venden sus movimientos
a boquiabiertos muchachos
que reparan en ellas excitados
por generosos pechos…

Cae la tarde,
se han tendido en la ribera.
Ya más ligero, el sol armoniza
con la suavidad de sus cinturas.
Ahora descansan;
tienen grandes los ojos,
serenos rostros, majestuosas sienes;
el fuego del ocaso hace juego
con el ardor de sus vientres.
¡Hierro al rojo sobre plácidos yunques…!
Lentamente,
muy poco a poco, se ponen la ropa;
definitivamente,
no tienen nada de prisa.