Liberación

Las torres iracundas se cernían
sobre su pecho tremulante
que latía, golpeaba su corazón
los muros rígidos e insolubles,
centinelas de tantos sueños rotos,
que corrían a abrazarse entre ellos
para enmudecer al palpitante.
Ojos incandescentes clavados
en ojos desbordados.
Jaulas y espinas la persiguen,

por el mismo juez y verdugo custodiadas.
El rostro suyo cincelado
con los surcos del dolor;
muecas sobrias trazadas
con el carboncillo de un lápiz tosco o despuntado.
Miedo le susurra salmos en las noches de insomnio,
cuando vela los suspiros de una unión
alzada sobre torretas de arena seca.
Pero ya se disipa la niebla
tras el canto tardío de las sirenas
y aún lloras,
desolada mirando a lo que nunca fue;
el púrpura derramado sobre tu tez pálida grita,
y palpita en él la sangre,
desvelando estigmas invisibles
de las puñaladas silenciosas.
La luz del nuevo día espanta cautelosa
las brumas que Muerte había tejido
sobre tus párpados de raso.
Vestal sagrada, te consumías
en el mismo fuego que guardabas,
resurges ahora de los restos
de aquello que desmoronaron tus lágrimas.
Débil, una esperanza titila allá a los lejos,
ansiosa grita tu nombre
esperando prenderse
en tu reprimido corazón apasionado,
que por fin será metrónomo sereno,
compás de tu espíritu,
melodía de tu encanto.