EPÍSTOLA II


La sangre está muy despierta: el río recorre mis venas con fuerza.
Quiero estar abrazada a ti, carajo, en la misma cama, desnudos y penetrados. Quiero sentirte a plenitud, emergiendo monolíticamente desde el centro de mi ser...
Ahora mismo estoy despojada, sintiendo el aire fresco de la mañana entrar a mi habitación para envolver mi desnudez mientras escribo... Y mientras escribo tu imagen desconocida viene a mi para amarme. Estás abrazado, tan desnudo y abierto como yo, contemplando la ilimitada extensión de este océano azul en el que estamos sumergidos, descubriendo por una vez, la verdadera belleza de los cuerpos, el profundo lenguaje de la piel.... ¡Escucha, mi amor! ¡Cuántas cosas se dicen! Cuánto calor se transmiten; ¡qué melodía intensa entonan con sus voces, nacidas en lo inmemorial...! ¡Escucha!
Somos parte de un concierto cósmico: cada molécula del universo es parte de nosotros y nosotros somos una molécula del cuerpo de Dios, entonando el mismo canto de vida... ¡Sintamos, por una vez, cuán unidos estamos a la Creación!
Éxtasis...
E
El potro sigue encabritado...
Galopa por las sabanas del deseo, abierto como el día, sacudiendo las crines vigorosamente, haciéndolo hermoso a mis ojos: ¡esta es la belleza que me habita!

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