El alcance del hombre

El hada adormitada,
en un rosal celeste,
se movió alarmada
por hombres del este.

Del tapiz menta,
del ciprés dormido,
llega como tormenta
el pájaro a su nido.

P

ues criaturas vienen,
y van, por vientos del este,
que perforan y cavan
multiplicandose cómo peste.

Y la agonía resona
en corazones puros,
pronunciando la persona:
— ¡comiencen!—.

No calla el canto
que profana el arma.
Y la tierra entra en llanto
cómo sonido de alarma.

La vida se marchita
de los cipreses del bosque;
y el hada dormida, dice:
—¡Que agonices!—

Sociedad sin nombre
del sepulcro te arrepentirás,
aquel llamado hombre
que nos visitaras.

Cuando pienses y razones
de lo que has hecho,
de estos corazones
que has desecho.