El ruido de la noche

El ruido de la noche siembra de cuervos
las ramas heridas de los cementerios;
los jardines se cuelgan de umbrosa neblina
dejando sin respiro los rostros de mármol.
El silencio vegeta sobre la tierra
de los huesos roídos por la muerte
y no existe un ramillete de lágrimas para los exánimes
que una vez de carne fueron;
dice el rumor del viento que algunos ya no tienen nombre;
les queda la serenidad del olvido
remarcado con el sueño sempiterno.
Nadie reza por sus pasadas hipocresías,
ni porque alguna vez amaron,
ya no importa lo que en polvo se convirtió.
En las perforadas estrellas quizá alguna alma vuela,
sin mirarla siquiera aquel que una vez por su camino transitó.
¡Los muertos no tienen memoria!
Solo un olor continúo a pétalo seco, con una cruz
que venera el sol agilizando su antigüedad.
El cementerio en su quejumbroso lamento,
hace orgías con la luna en una danza de lobos
hambrientos, por la carne corrupta que se constriñe
a las paredes de los ataúdes y con mirada compasiva
las grajillas aterrizan con urgencia sobre las lápidas,
en busca de alguna badana que alimente su rapaz leyenda.