Una cabeza...

Tener una cabeza
sin corazón
que piensa a escondidas
y mide cada cosa
con extremado cuidado.
Una cabeza que no para,
que habla, razona, encuentra
soluciones, se cansa,
averigua orígenes
sin corazón
que guarda tanto calor
que sus bolsillos arden y
a veces
las lágrimas salpican el plato
y el arroz ya no es arroz
las legumbres se bañan
sin mucho celo
y el pisto se sumerge sin ganas
¿por qué me has hecho esto?

Esto cabeza sin corazón
lee libros y se aturde
y muchas veces
tiene ideas geniales
que son como
bombillas en
la oscuridad, si se marea
con unas cuantas cervezas
se le escapa algún suspiro
y una risotada,
esta cabeza sin corazón
no duerme sin oír
miles de palabras
sin sentido, y se ha
acostumbrado a proseguir
como una licenciada
que ya
no tiene más estudiante
que su anciano perro.
Esta cabeza sin
corazón planta hortalizas
y recortes de periódicos,
algún que otro
tubérculo, sea de patata
o cebolla
y sí que dice lo
que piensa, y lo que piensa
no se hace diáfano, es
más como una niebla
que todo lo sepulta.
Esta cabeza sin corazón
quiere que
las fotografías sean
fidedignas, que el árbol
no sea más que un árbol,
y la ardilla
se resguarde en los cuernos
del un toro. Aquí se me ha escapado
el corazón,

más que un toro un perro risueño
A veces el corazón se escapa y habla de
tugurios, toros y risas,

pero volviendo mi tarea,
un corazón sin cabeza se
suelta a destiempo y se arruga
como un mirlo y abraza
a sus hijos sintiendo que
el latido no es un instrumento,
es un corazón