Confinamiento

Se quedaron los edificios sin un gramo de tu peso
las grúas giran lentamente como
si todo esfuerzo por construir fuera inútil
y aun así, sus esqueletos de metal se dejan ver
se reflejan en un cielo pardo de Madrid
habrán de dejar su esplendor
en los ojos del ciego, del bohemio
de un cristo cualquiera,

como un sol aterrador.

Observo las grúas desde
esta ventana arisca que eleva su sombra en la noche
sobre una pared desnuda, mal pintada,
donde me duermo sin querer, el hierro dibuja,
y el metal verde de su estructura
me inquieta.
He de vivir tendida en la cama
y envidiar la aspiradora que permanece en pie,

las sabanas y edredones que se deslizan por mi piel,
y caen perfectamente
como una avalancha de tierra,
la nieve poco vale
en Madrid.

Los olivos están allí junto a las grúas,
y los transeúntes ni se despiden, ni saludan
una mascarilla blanca les ha vuelto sólidos,
inmunes, afortunados.

Mi cama me retiene con avaricia,
cada uno de mis movimientos,
mis cabezadas,
ajustamiento de almohadas es
turbio, cansino, solitario

Hoy la ventana se ha despertado vacía,
sin cristales como un nuevo tipo de grúa que

balancease mi escapada y los peligros incalculables
de los que no han muerto de una sacudida, o de un aspaviento.

Mis diez días de confinamiento me han hecho
cambiar la cabecera de mi cama tantas veces

y visitar las sombras en la pared,

que son graffiti callejero que cambia
con las horas, con los minutos
porque así son las cosas.
Y agradezco a mi hermana y su compañero
el alimento,
las buenas comidas, el grato silencio
y su tierna despedida.