CARTA DE AMOR A SILVIA

Mi loca, mi desesperante,
desatada y tierna Silvia
me susurró al oído en una de
esas tardes indolentes y sabias:
escríbeme una carta de amor o
me enamoraré de un poeta.
Hay miles y siempre están buscando.
Era así de trascendente y marciana.
Estaba muy seria al decirlo.
Llegué a casa y mi madre se asustó
al verme frente a un folio virgen y
con mi lápiz del colegio en la mano.
Me mantuve inmóvil seis minutos.
No sabía escribir una carta de amor.
Era inútil.
Pensé en su llamativos senos, pero
intuí que no iría bien por ahí.
Recordé que le gustaba el cine.
Y qué?. Nada tampoco.
Comencé mi carta por pura desesperación.
Mi kamikaze me prestó su locura y
sentí el vértigo del descenso a un infierno.
Y escribí sin pausa:
“A mi Silvia”
Bebí tres cervezas esta mañana y
después pensé en nosotros.
Y en el amor.
Yo no sé escribir pero hoy
descubrí que tampoco tú sabes
amarme.
En este papel en blanco nos vi
como dos extraños sin nada que decirse.
No estoy seguro de que me hayas querido nunca.
Yo me atrevo a decirte que no eres ya
mi ilusión, que todo esto es una farsa de
dos desconocidos.
Yo no volveré a verte.
Tú seleccionarás poeta.
Pero me da igual, seré libre al fin.
Adiós.
Carlos, grita mi madre desde la puerta,
Silvia viene a verte.
Pensé en tragar la bola de papel, pero
me dio tiempo a tirarla a la papelera.
Silvi, cariño, no me sale la carta de amor.
¿Qué carta Carlitos? Ah, es igual, ni me acordaba.
El kamikaze no alcanzó el objetivo y
se hizo pedazos contra el Pacífico.
Nos fuimos al cine.
En mi cabeza zumbaba enloquecido el ruido
del motor de mi Yokosuka D4Y3.
Esperaba la orden de despegue.