Errante 3

poema de Décimo

Estoy triste, cansado y casi sin fuerzas.
Observo, de reojo, las manos de los demás,
y solo distingo niños temerosos, ocultos tras sus máscaras.

Escucho historias que mendigan aprobación,
y otras, que buscan dominarlo todo.
Solo quedan ilusiones que jamás se cumplieron,
promesas rotas, añoranzas perdidas,
vagos recuerdos de instantes felices,
luchas perpetuas en una guerra sombría.

Veo hombres que mueren huyendo de su destino,
otros que arrebatan vidas movidos por sus delirios.
Enfermedades que aniquilan a pobres y a ricos,
mansiones y chozas abandonadas al borde de alguna historia,
cartones que abrigan, perfumes bizantinos,
Traidores que nunca pagaron por su libertad,
y sonrisas irónicas de su majestad arrepentido.

Relámpagos amarillos crecen en el horizonte
y espantan a los niños.
Calles estrechas y oscuras
que solo muestran falsos caminos.

A veces, cuando el frío me alcanza,
imagino los brazos que ya no están:
su frente, como una estampa del desierto florido,
el calor de su cuerpo disipándose en la penumbra.

Su corazón se detiene junto al mío;
sus manos, que antes me acariciaban, ya no se mueven,
y sus ojos… sus ojos son como los de un lobo
en su última mirada hacia el infinito.

El viento abraza sin descanso
una banca oxidada en el parque.
Las hojas murmuran al otoño:
“¡Basta! Esto debe terminar.”

Solo soy un recaudador de heridas,
custodio letal de mis recuerdos,
amante del silencio del bosque,
visitante fortuito del azar.
Errante, me dicen,
porque no pertenezco a ningún lugar.

Mis deudas las pago al infinito;
el universo dictará mi sentencia.
Y en la soledad,
caminaré hacia mi final