Don Conejo

poema de PAR

Un conejo grande del color de las nubes de invierno siempre se sintió listo, astuto; manejó su manada como siempre quiso, les arengó y controló, hasta hacerles pensar como él, que era tiempo de actuar contra las demás manadas de conejos porque de lo contrario, todas estas manadas de conejos de todos los colores del planeta Conejal, los iban a acabar.

Don Conejo un día decidió castigar todas las manadas de conejos que habitaban su planeta, las cuales controlaba desde la parte alta de un árbol; les impuso cargas dolorosas, terribles sacrificios, algunos inaccesibles, es que era él con su grupo de criados, quien imponía las condiciones a muchas de las manadas dominadas río abajo y río arriba, por donde salía el sol y por donde se ocultaba.

Con el transcurrir del tiempo, las manadas de fuera y de su propia manada empezaban a sufrir hambre, a padecer por las férreas normas Anticonejo impuestas por Don Conejo.

Todos desesperados clamaban a Don Conejo, unos arrodillados y fieles a los pies de Don Conejo, otros con terror al castigo, venganza y retaliación por el poder omnipotente que representaba Don Conejo y la gran violencia con la que actuaba, haciéndose pasar por benevolente o el salvador de su grupo de conejos.

Con el pasar de los días, su grupo de conejos y los conejos de cada rincón del planeta Conejal susurraban, todos hablaban bajo, se culpaban entre sí, buscaban el chivo expiatorio en cada espacio del planeta Conejal, otros se distanciaban, ya no querían cuentas con Don Conejo, y cuidaban con esmero la hierba que germinaba en sus tierras y les mantendría vivos frente al asedio, persecución y las duras decisiones tomadas por Don Conejo.

No tardó mucho tiempo en que todos los conejos de todos los rincones de dicho planeta y de su propio terruño, comprendieran lo que estaba pasando con Don Conejo, él ya no estaba en sus cabales, y por supuestamente protegerlos, los estaba llevando al hambre, la desolación, a una muerte segura porque sembraba el terror, odios, división, incertidumbre, porque robaba la unión de todos los conejos del mundo conejal que hacía poco superaba la peste, y apenas si se recuperaban, pero ahora les abatía las inundaciones, incendios, la escasez, la guerra con otros feroces depredadores, lo cual exigía, no más división sino más unión para enfrentar tan difícil momento en el planeta Conejal.

Pronto, en un invierno terrible, cuando la hierba y el alimento faltaban, no sólo la manada de Don Conejo, sino las demás mandas le abandonaron, un nuevo conejo, sabio, moderado, con el carisma de salvar su propia manada y a todas las manadas de conejos del planeta Conejal salvaba los conejos del terruño río arriba, socorriendo y salvando a los conejos que habitaban rio abajo, igualmente, a aquellos conejos que vivían por donde sale el sol y por donde éste se oculta.

Es así, como cada tradición de conejos del planeta Conejal vivieron unidos en paz, solidaridad; el alimento no volvió a escasear porque todos siempre aprendieron la lección, solidaridad universal, apoyo incondicional en el planeta Conejal.

¿Y qué pasó con Don Conejo destronado?
Muchos conejos de otras manadas y la propia, hasta los que hizo encerrar en cuevas anticonejo, crueles y que funcionaban como trampas mortales, le socorrieron antes que el cansancio de los años y el peso de los errores cometidos apagasen el brillo de sus ojos, el latido de su corazón y el último suspiro de su pulmón.

Colorín clorado este cuento se ha acabado, ojalá que en otros planetas sepan frenar los Don Conejos que surjan y que les pueden acabar al menor de sus descuidos.