Camino Rencoroso
En un rincón de su mundo, el niño enmudecido,
creía que un abrazo era la salvación esperada.
“Quizás así la sombra de mi pena se disolverá,”
reflexionaba en silencio, con la esperanza turbada.
Pero su desdicha se desvaneció en la indiferencia,
se perdió en el ruido de una existencia sin conciencia.
Ese niño, en su soledad sombría y turbia,
buscaba consuelo, pero el mundo lo ignoraba.
En su cama, se acurrucó, atrapado en la oscuridad,
mientras sus lágrimas inundaban la realidad.
“¿Por qué todo lo malo parece perseguirme?
¿Es mi destino solo sufrir y desfallecer?”
Sus padres, absortos en sus propias sombras,
no notaron el vacío que en sus ojos se forma.
A Dios clamó en busca de un signo o respuesta,
pero el Cielo permaneció, una vasta y fría gesta.
Así, se encerró en sí mismo, como en un capullo gris,
esperando un cambio, una ruptura en su raíz.
“¿Por qué nadie me percibe?” fue su último pensamiento,
mientras su alma se transformaba en tormento.
Ahora, en el exterior, su luz parece brillante,
pero en su interior, la tristeza sigue constante.
Ya no le afecta, no,
pues su dolor se ha convertido en un ardor sin fin.
Como una sombra en la penumbra de su ser,
su pena oculta pronto saldrá a florecer.
Y como un eco en un vasto desierto,
robará la serenidad de quienes nunca vieron su lamento.