JULIO VIVE EN SU MUERTE
En el crepúsculo de la vida, donde el susurro del tiempo se desdibuja,
la presencia de Julio Jaramillo emerge, como un estruendo de añoranza,
su voz, la melodía de la nostalgia, acompaña los pasos de la muerte,
cada nota un reflejo de lo que fue, cada canto un lamento que perdura.
El viento lleva consigo los acordes de sus canciones,
mientras las sombras de la noche se deslizan en el recuerdo,
la muerte, con su manto silencioso, observa el desfile de sus días,
y Julio canta aún, desde el abismo, en el teatro de la memoria.
Entre las notas y llantos de su guitarra, en cada pausa, en cada silencio,
hay un diálogo con lo efímero, un intercambio con el signo cruel de la fatalidad,
donde el lamento se convierte en una conversación eterna,
y el dolor se encuentra en la plenitud de su arte, en la majestuosidad de su voz.
La muerte no es una conclusión, sino un estado de espera,
una presencia constante en la penumbra de su música.
En cada verso, en cada estrofa, se siente la respiración de lo infinito,
la promesa de un final que no es más que un nuevo comienzo.
El alma de Julio Jaramillo, aunque la duela, se desliza en la bruma de lo eterno,
su canto sigue siendo un faro en la tormenta que despide hojas muertas,
un recordatorio de que la muerte es solo una transición, una flor negra,
una pausa en la sinfonía que él engendró, fusionando voz y aire.
En el silencio después del último acorde, en la quietud de la ausencia,
se encuentra la esencia de su legado, la verdad de su experiencia,
la muerte toma prestada su voz, la transforma en un susurro eterno,
mientras el pasillo persiste, desafiando el olvido con su presencia.
Las notas de guitarra resuenan en la eternidad del poema de Silva,
cada acorde es una conversación con lo que está más allá del horizonte,
y Julio sigue siendo, en el umbral de la existencia y la nada,
un símbolo de la conexión entre la vida y lo que puede seguir.
La muerte, en su mudez solemne, no puede silenciar el canto,
ni borrar las huellas dejadas en el corazón de quienes escucharon su bohemia bendita,
el arte de Julio Jaramillo se convierte en un puente entre los mundos,
una conexión continua entre lo temporal, lo espiritual y lo sempiterno.
Y así, entre el polvo de los años y las sombras del pasado,
su voz sigue viva, en cada recuerdo, en cada melodía perdida, en cada infelicidad.
La muerte no es el final, sino un viaje hacia el corazón de su arte,
donde la música y la memoria se entrelazan en un abrazo inmortal.
Cada canción, cada letra, cada acorde, es una chispa adecuada de vida,
un destello de lo que fue y lo que siempre será, como aquel juramento de amor,
mientras la muerte observa en silencio, sin poder tomar lo que perdura,
la esencia de JJ, es un eco en la dilatación del tiempo.
En la noche sin fin, donde la eternidad se encuentra con la nostalgia,
su música sigue centelleando, como un faro en la oscuridad,
y el deceso en su quietud, no puede apagar el brillo de arte,
que sigue iluminando los rincones más oscuros del alma humana.
El canto del ruiseñor es un vuelo sin final,
una travesía que se extiende más allá de los límites de la vida,
este tránsito gris, aunque inevitable, no puede borrar el impacto de su legado,
una melodía que continúa, silbando en el estruendo de las sombras de la existencia.
Y que ya no toquen ese vals, porque me matan.
Comentarios & Opiniones
Valiosas letras por su música del recordado Julio Jaramillo.
Cordial saludo y hasta siguiente publicación.