La tarde elemental

El fuego elemental del que hablaba Borges en su poema, «Otro poema de los dones», tiene sus consecuencias diarias a cada atardecer en La Tierra. El fuego elemental solar nos ha atrapado a mi hija y a mí en estas tierras de Mazamitla, embelezados en su admiración. Del cual no pudimos darnos cuenta, por supuesto, si no después de habernos sorprendido mutuamente atrapados en la mirada por esa luz que se nos escapaba.
La tarde elemental, podríamos decir ahora, nos hacía partícipes del más evidente paso del tiempo. Pero no era que lo viéramos como quien está a la orilla de un río observando cómo se comba el agua formando sus flujos. No, era más bien sentirnos adentrados en esas aguas luminosas y ser partículas participantes del flujo y no admiradores ajenos. Aportábamos así una consciencia sorprendida, feliz en el proceso. Sabedores, al fin de cuentas, de que ese fragmento de la eternidad era, al mismo tiempo, la eternidad misma.